Bolívar y Arequipa (parte II)

La ciudad blanca nunca fue del agrado del Libertador

La clase política local hizo evidente su antipatía contra el autoritarismo bolivariano y sus afanes vitalicios.

Víctor Condori
Historiador

Como señalamos en el artículo anterior, a pesar de todos los esfuerzos realizados para impresionarle, la ciudad de Arequipa no fue del agrado del Libertador Simón Bolívar. Si bien es cierto, en sus cartas se refiere a ella como “un país bastante hermoso” y de “gentes agradables”, frecuentemente la comparaba con otras ciudades y no al mismo nivel. 

Así, en una carta dirigida al general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de Colombia, en mayo de 1825, señalaba: “Nuestros colombianos que habían sido antes bien tratados aquí (…) me han hecho concebir la idea que rivalizaba con Lima, pero es falso. Las reliquias de Lima son preferibles a la esplendidez de Arequipa. Esta ciudad es una gentil pastora y Lima una hermosa matrona. Sin embargo Arequipa es la segunda ciudad del Perú, aunque la de los incas (Cusco) es más grande”. 

Del mismo modo sucedía con la población. En opinión de Bolívar “este departamento está plagado de personas adictas a la monarquía española y ven como un crimen profesar los principios de nuestro sistema”. 

Frente a ello, el Libertador buscó a través del obispo José Sebastián de Goyeneche “hacer sentir al pueblo ignorante y a los engañados por las doctrinas del gobierno español, que ha sido un error ligar la bienaventuranza a la obediencia al rey de España”.

¿Un infiltrado?

Pero al no obtener los resultados esperados de parte de Goyeneche, Bolívar decidió colocar  a un hombre de confianza “en el corazón del gobierno de la diócesis”. El elegido fue el sacerdote Manuel Fernández de Córdova, quien se había distinguido por organizar las fuerzas patriotas en Condesuyos. 

Para el Libertador, el que una ciudad como Arequipa se haya mantenido hasta el último momento (1825) fiel a la causa del rey, solo podía deberse a ese espíritu fervientemente realista como el del que hacía gala el obispo Goyeneche.

El Libertador forzó su nombramiento, primero como deán y luego como provisor de la diócesis. De este modo, Fernández de Córdova “frecuentemente usurpaba los poderes de Goyeneche y supervisaba la eliminación de aquellos curas que se habían opuesto a la independencia peruana”.

Para un hombre como el Libertador, que había luchado durante tantos años contra el sistema colonial, sacrificando su posición e inmensa fortuna, el que una ciudad como Arequipa se haya mantenido hasta el último momento (1825) fiel a la causa del rey, solo podía deberse a ese espíritu fervientemente realista como el que hacía gala el obispo arequipeño.

Tamañas ideas de Bolívar sobre nuestra ciudad, son corroboradas en su correspondencia privada. Una carta enviada desde el Cusco a Hipólito Unanue, presidente del Consejo de Gobierno, en julio de 1825, así lo demuestra.

En ella, primero le informaba sobre su recibimiento en la imperial ciudad, “todo el pueblo del Cusco me ha obsequiado de un modo extraordinario. Creo que en otras provincias no hay la bondad que en esta”. Luego, refiriéndose a nuestra ciudad, manifestaba “Arequipa está llena de godos y egoístas, [le] aseguro a usted que, con toda la prevención favorable que les tenía, no me han gustado. Es el pueblo que menos ha sufrido por la patria y el que menos la quiere”. 

El rechazo de Arequipa

Correspondiendo al desagrado mostrado por el Libertador, la clase política arequipeña hizo evidente su antipatía y rechazo de manera casi inmediata. En otra carta enviada desde el Cusco, Bolívar le informaba a Hipólito Unanue que, apenas había salido de la ciudad de Arequipa, aparecieron unos pasquines donde lo llamaban ‘monstruo’ y que buscaba ‘devorar’ a todos los peruanos.

Sobre tal oposición, algunos estudiosos locales han ensayado una diversidad de posibilidades, las mismas que van desde el solitario liberalismo del clérigo Luna Pizarro, hasta el general rechazo al autoritarismo bolivariano y sus afanes vitalicios. 

Dentro de estas razones, estaba el favoritismo de Bolívar por algunos amigos y aliados, a la hora de otorgar los codiciados cargos en la administración y gobierno del departamento, perjudicando a patriotas y realistas, quienes se sentían con derecho a ocupar tales puestos. Los primeros, por los sacrificios que habían hecho durante la guerra y los segundos, por haberlos ostentado de forma casi hereditaria desde la Colonia.

Una segunda razón, era su gobierno centralista, debido a que Bolívar ignoraba el resentimiento tradicional de la élite local a la dominación política de Lima, “especialmente desde que su gobierno incluyó muy pocos arequipeños”.

Por último, estaba la creación de Bolivia, que había sido durante siglos el principal mercado para los afamados vinos y aguardientes arequipeños. Ahora, los productores arequipeños pasaban a depender de un estado foráneo y autónomo. Este nuevo gobierno, a fin de proteger su propia industria de licores y aumentar sus magros ingresos, creó elevados impuestos para toda bebida extranjera, incluida la arequipeña, llevando con ello a la ruina de esta industria. 

Por estas y otras razones más, buena parte de la sociedad arequipeña se sentía decepcionada del régimen bolivariano, lo cual estimuló la formación de una alianza casi ‘sagrada’ entre sus líderes, patriotas y realistas, con el objetivo de oponerse a las políticas de gobierno y las pretensiones dictatoriales del Libertador.

“Malditos diputados”

En mayo de 1825, el Libertador convocó a elecciones para conformar un nuevo Congreso Nacional. Estos comicios se llevarían a cabo en noviembre para que la instalación del nuevo parlamento sea en febrero del año siguiente. 

Realizadas las elecciones y como era de esperarse, el triunfo en Arequipa correspondió a la ‘alianza’, liderada por Francisco Xavier de Luna Pizarro, Evaristo Gómez Sánchez y Manuel Cuadros. A ellos se sumaron los clérigos Manuel Hurtado Zapata de Moquegua y Francisco de Paula Gonzáles Vigil de Arica, así como el mayor Anselmo Quiroz de Condesuyos.

Buena parte de la sociedad arequipeña se sentía decepcionada del régimen bolivariano, lo cual estimuló la formación de una alianza casi ‘sagrada’, con el objetivo de oponerse a las políticas de gobierno y las pretensiones dictatoriales del Libertador.

El prefecto Antonio Gutiérrez de la Fuente, recibió en una carta el reclamo de Bolívar por la ‘diputación maldita’ de Arequipa.
Bolívar desahogó todo su ira al culpar de todos los males del país al clérigo arequipeño, Francisco Xavier de Luna Pizarro.

Aquella flamante diputación desde un primer momento, lideró el partido de la oposición y necesitó de muy poco tiempo para despertar la conocida ira del Libertador. En carta al prefecto del departamento, general Antonio Gutiérrez de La Fuente, en abril de 1826, le increpaba:

“¡Qué malditos diputados ha mandado Arequipa! Si fuera posible cambiarlos sería la mejor cosa del mundo…Yo creo que Arequipa tendrá de nuevo que reunir sus asambleas para tratar de los poderes. Yo le aseguro a más que con ellos no se puede hacer nada bueno, quieren destruirlo todo a su modo. Como Arequipa no mande mejores diputados, estoy seguro que la anarquía entra con todo su furor y yo me voy con Dios para no recibir ultrajes de esos miserables esclavos de los españoles. Si usted ama a su patria, debe empeñarse en que se varíe esta maldita diputación”.

Pero esto no fue suficiente para mostrar todo su encono y totalmente fuera de sí, Bolívar atribuyó todos los males del país al clérigo arequipeño Luna Pizarro: 

“Luna engañó a Riva Agüero; Luna echó a Monteagudo y a San Martín; Luna perdió a la Junta Gubernativa. Por culpa de Luna entró en el gobierno de Riva Agüero y por culpa de Luna entró Torre Tagle. Por Luna se perdió el Perú y por Luna se volverá a perder, pues tales son sus intenciones”.

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