Bolívar y Arequipa (parte I)

Después de triunfar en Ayacucho en 1824 enrumbó a las provincias del sur

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, tuvo un recibimiento fastuoso en la ciudad blanca.

Todas las ciudades liberadas, competían por demostrarle su mayor hospitalidad.

Concluida la Independencia del Perú en los campos de Ayacucho (el 9 de diciembre de 1824) y luego de la firma del tratado de rendición de las fuerzas realistas, conocido como Capitulación de Ayacucho, el caraqueño Simón Bolívar, el Libertador, se convirtió en el personaje más importante, admirado y reverenciado, no solo en el Perú, sino en toda Hispanoamérica.

Posteriormente, un obsecuente Congreso peruano, prorrogó su dictadura por tiempo indefinido y le otorgó dos millones de pesos “como reconocimiento público”. 

Daniel Florencio O’Leary (1801-1854), edecán y hombre de confianza del Libertador, autor de las Memorias del general O´Leary, que consta de 32 volúmenes.

Así y con el objetivo de afirmar su creciente poder en todas las provincias liberadas y disfrutar de generosos baños de popularidad, Bolívar partió de Lima el 25 de abril de 1825 rumbo a las provincias del sur. Su destino final sería la región del Alto Perú, la futura República de Bolívar. Su comitiva oficial estuvo integrada por el Estado Mayor, una escolta personal y un capellán.

Según un testigo de excepción, el general irlandés Daniel Florencio O’Leary, edecán y hombre de confianza del Libertador, “el viaje fue una verdadera marcha triunfal”. A medida que se acercaban a un poblado, salían sus festivos habitantes a rendirles espléndidos homenajes, dándoles la impresión de estar en medio de una competencia donde se buscaba demostrar, quién era capaz de ofrecer la mayor hospitalidad.

Corroborando las observaciones de O’Leary, en 1825 el comerciante inglés Samuel Haigh señalaba, “en todas partes se le recibía con honores principescos; en la entrada de cada ciudad se erigían arcos triunfales y damas de primer rango, vestidas de blanco, esparcían flores en el camino de su corcel”.

Adulaciones

No siendo suficiente todas estas manifestaciones de júbilo, las élites de cada localidad se “entregaban al ejercicio más escandaloso y exagerado de la adulación, al servilismo más desmedido y la exaltación desmesurada de su figura”. Se cuenta que, en algunas iglesias de entonces se escuchaba durante la homilía, “de ti viene todo lo bueno, Señor, nos diste a Bolívar gloria a ti, gran Dios”.

José Domingo Choquehuanca, recordado por su rimbombante discurso hacia Bolívar.

Sin embargo, el momento más delirante de esta gira se vivió en el pueblo de Pucará en agosto de 1825, cuando el canónigo y abogado azangarino José Domingo Choquehuanca, en presencia del Libertador, pronunció un rimbombante y lisonjero discurso, que rezaba más o menos así:

“Quiso Dios formar de salvajes un imperio y creó a Manco Cápac. Pecó su raza y envió a Pizarro. Después de tres siglos de expiación se ha apiadado de nosotros y os ha enviado a vos para liberar un continente entero. Para que alguien os igualara sería necesario que hubiese otro mundo por libertar. Vuestra gloria crecerá con los siglos como crece la sombra cuando el sol declina”.

El itinerario seguido por la comitiva oficial antes de llegar a Arequipa, fue el siguiente: Lima, Lurín, Chincha, Pisco, Ica, Palpa, Nazca, Acarí, Yauca, Atiquipa, Chala, Atico, Caravelí, Ocoña, Camaná, Quilca, Vítor y Uchumayo.

 

En Arequipa

El 12 de mayo de 1825, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el hombre que había consolidado la Independencia del Perú y regía los destinos de cinco repúblicas sudamericanas, hacía su ingreso a la ciudad de Arequipa, la ‘muy noble y muy leal’, la ‘Fidelísima’, reconocida así por la Corona española. Tenía 41 años de edad y casi 15 de ellos, luchando por la independencia continental.

Como era de imaginarse, las autoridades y vecinos le prepararon un espectacular recibimiento, considerado muy superior a los ofrecidos en épocas pasadas cuando fue visitada por algunos virreyes como Francisco de Toledo, Pedro Antonio Fernández de Castro, Gabriel Avilés, José Fernando de Abascal y José de la Serna.

Una delegación de notables, señalada por el gobierno municipal y encabezada por el coronel Manuel Amat y León, salió a darle la bienvenida en el pueblo de Uchumayo, a poca distancia de la ciudad. Le llevaron de regalo “un magnífico caballo espléndidamente enjaezado: los estribos, el brocado, el pretil y los adornos de la silla y de la brida eran de oro macizo”.

Cuando finalmente, el Libertador apareció por el único puente de acceso a la ciudad (hoy Bolognesi), hubo una explosión de algarabía, “las campanas se lanzaron al vuelo, las salvas atronaban los aires y de las azoteas y ventanas, adornadas con encajes y tapices, flameaban banderas de las cuatro naciones combatientes; las damas arrojaban flores, mientras el pueblo, con emotiva sencillez, se descubría, aclamándolo como su verdadero libertador”.

El puente viejo de Arequipa, hoy llamado Bolognesi, por donde ingresó el Libertador Simón Bolívar.

Fastuosa atención

Durante el mes que residió en Arequipa (12 de mayo al 10 de junio), Bolívar se alojó en varias viviendas, una de ellas, propiedad de la familia Rivero y ubicada en la tercera cuadra de la calle Mercaderes. En su honor se organizaron fastuosas recepciones, que durante muchos años quedaron en el recuerdo de sus conservadores habitantes. A ellas asistió la élite de la sociedad local.

La primera de todas, fue el llamado ‘baile del Comercio’, realizado en la noche del 2 de junio de 1825, en la Galería Cívica (altos del portal de San Agustín)). La segunda, fue un banquete ofrecido por el general argentino, Rudecindo Alvarado, jefe de las fuerzas rioplatenses en el Perú. El lugar elegido, la llamada Quinta Tristán, en la hacienda de Porongoche, cercana a la ciudad. 

La última, fue también un banquete, organizado por el Ilustrísimo Obispo de la Diócesis José Sebastián de Goyeneche y Barreda. Al parecer, el lugar señalado fue el palacio episcopal, ubicado en la calle Palacio Viejo. Dicho banquete estuvo tan brillante y suntuoso que según cuentan, “solo se usaron servicios de oro y plata”.

No obstante la magnificencia del recibimiento y las diversas atenciones del pueblo arequipeño, no fueron del agrado del Libertador y tarde o temprano, surgiría una agria confrontación. Así lo veremos en la segunda parte de este artículo. 

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