¿Somos cerebros sociales?

Pablo García
Filósofo

En sus inicios, la neurociencia estudiaba el cerebro aisladamente, pero hace algunos años comenzó a interesarse por cómo actuaba en relación con otros. En este contexto, el hallazgo de las ‘neuronas espejo’ (mirror neurons), fue calificado como uno de los avances más importantes en neurobiología de la última década.

Estas células cerebrales fueron encontradas en el año 1988 por un grupo de investigadores de la universidad de Parma (Italia), encabezados por Giacomo Rizzolatti. Estudiando el cerebro de los macacos, determinaron que en la denominada zona F5, existen ciertas neuronas encargadas de las funciones motoras. El nombre establecido para designarlas fue, mirror neurons, porque se activan tanto al realizar una acción como al observar que otro la ejecuta, es decir, se encargan de ‘reflejar’ las acciones de los demás.

En la actualidad es posible sostener que estas neuronas también están presentes en los hombres. Marco Iacoboni, director del Laboratorio de Estimulación Magnética Transcraneal de la UCLA, ha profundizado en esta cuestión. Para él, las “neuronas espejo” no solo reflejan las operaciones de los demás, sino que también permiten captar sus intenciones, incluso distinguiendo entre movimientos idénticos pero con objetivos diversos.

Cuando se habla de experimentar al otro no debe entenderse como un acceso a sus experiencias o a su conciencia al modo en que él la tiene.

Según Iacoboni, el nuevo descubrimiento sería el fundamento de la empatía. Él considera que las neuronas espejo ‘simulan’ las acciones de los otros, a nivel prerreflexivo y de manera automática, permitiéndonos ‘leer’ la mente de los demás y explicar la interdependencia que hay entre los hombres.

En el ámbito filosófico, una propuesta de este tipo no puede pasar desapercibida. Entre quienes se han embarcado en la tarea de pensar esto, quisiera destacar la propuesta de Gallagher y Zahavi.

En el libro La mente fenomenológica, ellos muestran que el descubrimiento de las ‘neuronas espejo’, manifiesta que la captación de los demás implica la dimensión temporal, espacial, motriz y un contexto compartido. Todos estos elementos han estado presentes en la tradición fenomenológica sobre la empatía, sin embargo, proponen entender la intervención de estas neuronas como parte del acto empático y no como un paso previo de simulación.

Ellos entienden que la empatía es una “forma de intencionalidad en la que uno se dirige hacia la experiencia vivida de otro”, por tanto, aquí no hay simulación sino conocimiento vivencial.

Cuando se habla de experimentar al otro no debe entenderse como un acceso a sus experiencias o a su conciencia al modo en que él la tiene. Esto se debe a que la perspectiva de segunda persona es distinta de la perspectiva de primera persona. La mente de los demás no me es totalmente accesible, por ende, el conocimiento empático implica una tensión entre la cercanía y la distancia.

Si no reconocemos la unidad del comportamiento físico con los estados mentales y que la existencia de las personas se da en un mundo compartido, es difícil explicar la experiencia empática.

Esta forma de entender la empatía implica concebir al sujeto como algo más que un cerebro —aunque sea uno social—. De esta forma, los sujetos que intervienen en la empatía, se conciben como una unidad psicofísica, y esto fundamenta la posibilidad de captar inmediatamente el estado del otro a través del modo en que se presenta.

Si no reconocemos la unidad del comportamiento físico con los estados mentales y que la existencia de las personas se da en un mundo compartido, es difícil explicar la experiencia empática.

Como puede notarse, frente a una temática antropológica, es fundamental distinguir los descubrimientos neurocientíficos de las interpretaciones que pueden hacerse de ellos. Para esta segunda tarea hay que reconocer el aporte de varias disciplinas, de otra forma, el reduccionismo es inevitable.

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