Sociedades actuales: no todo es culpa de la educación

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Quiero partir de una primera afirmación: el mundo ha cambiado y ello está afectando seriamente a las sociedades democráticas. La difusión de un pensamiento relativista ha influido en las costumbres y en el comportamiento de la gente provocando cambios que se caracterizan por sus inusuales niveles nuevos de complejidad y contradicción.

Por ejemplo, el crecimiento económico y la creación de riqueza han reducido los índices mundiales de pobreza; pero en todo el mundo ha aumentado la vulnerabilidad, la desigualdad, la exclusión y la violencia. Los modelos de producción económica y consumo han mejorado los niveles de ingreso económico; pero han contribuido al deterioro del medio ambiente.

Se han fortalecido los marcos de derechos humanos internacionales; pero, contradictoriamente, la aplicación de esas normas está planteando serias y nuevas
dificultades a las sociedades democráticas.

El desarrollo tecnológico contribuye a una mayor interconexión y abre nuevas vías para el intercambio, la cooperación y la solidaridad; no obstante, asistimos a un incremento de la intolerancia cultural y religiosa y a una pérdida del sentido verdadero de la comunicación humana. Hay, pues, nuevos niveles de complejidad, inseguridad y tensión.

Hay quienes, por ignorancia y poca reflexión, echan la culpa de todo esto a la educación. Pero es bueno saber que en el origen de los problemas del mundo moderno confluyen, además, acontecimientos históricos y corrientes de pensamiento que tienen mucho que decir sobre nuestros problemas actuales.

El positivismo, el anarquismo, el existencialismo, el marxismo, entre otros, nos deben muchas explicaciones. Pero aun cuando no es del todo culpable, la educación está en la obligación de atender este proceso de cambios.

Quienes educamos estamos en la obligación de asumir que las modificaciones en los estilos de vida generan tensiones muy fuertes en nuestros niños y jóvenes, por lo que es urgente prepararlos para que puedan adaptarse y responder a los desafíos de las nuevas sociedades democráticas. Esto obliga a replantear las finalidades y los valores de la educación para que sea una respuesta válida a este nuevo entorno.

Debemos reflexionar de manera ambiciosa sobre cómo formular una visión del hombre en el contexto de un mundo que cambia constantemente. En tal sentido, urge que desde las aulas se priorice una mirada humanista a la realidad y a la tarea de formar personas. Básicamente se trata de educar para que la persona sea más persona. Ese es nuestro rol formativo.

La educación sigue siendo la fuerza transformadora más poderosa para enseñar a vivir en un planeta bajo presión y para superar el utilitarismo y el economicismo de cortas miras, para integrar las dimensiones múltiples de la existencia humana.

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