Violeta Rojas Arana
Asistente de laboratorio del Departamento de Ciencias Naturales de la Universidad Católica San Pablo
El uso de fertilizantes químicos ha evolucionado a lo largo de la historia. Antiguamente se utilizaban métodos orgánicos para mejorar la fertilidad del suelo, como la aplicación de estiércol, cenizas o rotación de cultivos. A fines del siglo XIX, el químico alemán Justus von Liebig, considerado como “padre de la industria del fertilizante”, indicó la importancia del nitrógeno como nutriente para las plantas, y es partir de esta concepción que surge la invención del fertilizante a base de nitrógeno, producido a gran escala a principios del siglo XX.
Los fertilizantes químicos han contribuido en la productividad de alimentos, pero su uso excesivo trae impactos negativos al medio ambiente. Esto, debido a que la mayor parte del nitrógeno introducido como fertilizante, se transforma mediante procesos bioquímicos mediados por microorganismos, plantas y animales en nitrógeno reactivo, tales como el amoniaco (NH3), óxido nitroso (N2O) y óxidos de nitrógeno (NOx) que van a la atmósfera, y nitratos (NO3–) que van a aguas subterráneas o superficiales.
Estas especies reactivas plantean graves problemas para el medio ambiente y la salud, como el amoniaco que impacta en la calidad del aire, contribuyendo en la formación de aerosoles de sulfato de amonio y nitrato de amonio que luego, mediante las lluvias, regresan a la superficie provocando la acidificación del suelo, desequilibrando el ecosistema del suelo y, por consiguiente, reduciendo su fertilidad.
El óxido nitroso y el dióxido de nitrógeno son gases derivados de la actividad agrícola. El primero es un poderoso gas de efecto invernadero, causante de la lluvia ácida y el dióxido de nitrógeno, el cual interviene en la formación de ozono troposférico que ocasiona enfermedades respiratorias. Además, los nitratos muy solubles en agua y suelos de cultivo, se filtran a acuíferos y pozos provocando la eutrofización, dando lugar a la proliferación de algas nocivas, que agotan el oxígeno en el agua, causando zonas costeras muertas, provocando un impacto negativo en la vida submarina y reduciendo su biodiversidad.
La gestión ineficiente del nitrógeno conlleva costos significativos para la economía global, estimados entre US$ 340 000 millones y US$ 3.4 billones anuales. Esto incluye el impacto en la salud humana y los ecosistemas. La gestión sostenible del nitrógeno es esencial para abordar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y reducir el exceso de nitrógeno liberado en el medio ambiente.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y los esfuerzos globales para abordar el problema del nitrógeno, son fundamentales para mitigar estos impactos negativos y promover prácticas más sostenibles en la gestión del nitrógeno. La colaboración internacional es esencial para enfrentar este desafío y lograr un uso más eficiente y sostenible de este elemento vital.
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