Jorge Pacheco Tejada
Profesor emérito de la Universidad Católica San Pablo
Octubre es conocido como el “mes morado”, expresión que refleja la profunda devoción al Señor de los Milagros en el Perú. Este tiempo es privilegiado, y hasta urgente, para la formación en la fe de nuestros alumnos y de nuestros hijos. En una cultura cada vez más materialista, existe el riesgo de malacostumbrarnos a no descubrir el aspecto trascendente del hombre y de descuidar la espiritualidad, siendo esta fundamental para la formación integral de nuestros jóvenes. A los padres, en el hogar, y a los maestros, en la escuela, nos corresponde el deber de garantizar ese desarrollo pleno de la persona.
El peligro de una educación superficial, tanto en la escuela como en el hogar, radica en que perdamos ese dinamismo esencial a su naturaleza y misión: educar para la vida. Conforme nuestros hijos van creciendo, es imperativo ayudarles en la búsqueda de la verdad sobre el significado de la vida humana. Debemos facilitarles el espacio y el tiempo para interrogarse por el sentido de la existencia y para que se pregunten seriamente acerca de su propia humanidad.
La fe, cuando se forma y se hace madurar, enriquece profundamente la condición humana. La formación en la fe ayuda a un proceso de humanización, por cuanto brinda un espacio para reflexionar sobre el significado de la persona, su libertad, su sentido de responsabilidad y su apertura a la trascendencia. Como padres y maestros, de ninguna manera podemos perder el dinamismo esencial de ser educadores en la fe. No perdamos nunca de vista que la fe enriquece la condición humana.
Debemos estar atentos para, en el momento oportuno, hablarles de la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia, la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y, sobre todo, del sentido de la trascendencia y la idea del bien. Es aquí donde cobra sentido la expresión de San Agustín: “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti”.
Aprovechemos estas celebraciones de fe para participar en familia de las actividades religiosas de nuestra parroquia y transmitir nuestras costumbres, tradiciones y principios de fe ricamente heredados. Ojalá logremos que nuestros hijos entiendan las verdades de nuestra fe cristiana, el sentido de la redención, el significado de la resurrección de Cristo y la esperanza que significa saber que, con la muerte, la vida no se acaba. Así podrán confiar en un Dios cercano, atento a ayudarnos frente a las dificultades de la vida.