Lorena Diez Canseco Briceño
Directora del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
Reflexionar sobre la familia es siempre necesario, pues se trata de una institución fundamental tanto para la persona como para la sociedad. Esta reflexión parte del reconocimiento de que la familia es una institución natural, que se remonta a los inicios de la humanidad y se basa en la unión entre un hombre y una mujer. Fruto de su amor, ambos deciden libremente establecer un compromiso para toda la vida, el cual está llamado a ser fecundo y a convertirse en fuente de felicidad para todos sus miembros.
La familia constituye una exigencia antropológica para el ser humano, ya que es el lugar, por excelencia, donde este se sabe amado de manera incondicional; y es también donde aprende a amar y valorar a los demás. Asimismo, la familia es su principal educadora, al ser la primera instancia en la que se transmiten auténticos valores humanos y sociales.
Gracias al testimonio de los padres, al diálogo profundo y a la formación de hábitos, la persona puede desarrollar virtudes morales que le permiten crecer y contribuir a la sociedad, buscando el bien común a partir de la vivencia familiar como auténtica comunidad de personas, tal como señalaba San Juan Pablo II.
Desde distintas disciplinas, se reconoce cada vez más la relevancia de la familia y se investiga su dinámica y el impacto que tiene sobre la persona y la sociedad. De estos estudios se desprenden hallazgos que permiten afirmar que la familia es uno de los principales factores protectores frente a comportamientos desadaptativos y/o trastornos psicológicos. El clima social familiar, la funcionalidad familiar, la calidad de la comunicación y las relaciones conyugales, parentales y fraternales, entre otros factores, tienen un papel determinante en el desarrollo de las personas.
Se ha demostrado, empíricamente, la influencia que tiene la dinámica familiar en el desarrollo integral de los niños y adolescentes. El modelo positivo de los padres, su presencia cotidiana y la posibilidad de establecer una comunicación fluida y profunda con ellos —quienes son sus principales referentes— son aspectos esenciales para su crecimiento armónico, en todas sus dimensiones.
La familia es también la primera escuela de sociabilidad. A través de los vínculos que se establecen en su interior, la persona aprende a relacionarse con los demás. En ese sentido, las dinámicas familiares tienen gran importancia para el buen funcionamiento de la sociedad, la prevención de comportamientos antisociales y delictivos, y para el fomento de conductas prosociales y altruistas orientadas al bien común. Además, preparan a la persona para el adecuado ejercicio de sus deberes y derechos ciudadanos.
Por todo lo dicho, reconocer el valor de la familia es afirmar su papel insustituible en el desarrollo pleno de la persona y en la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Por ello, resulta esencial promover y proteger a la familia, fomentando dinámicas basadas en el respeto, la comprensión, el perdón, la comunicación asertiva y, sobre todo, el amor entre sus miembros.