La tarea de la familia y la escuela en la formación integral

Jorge Pacheco Tejada
Profesor emérito de la Universidad Católica San Pablo

La familia y la escuela son espacios donde los niños y jóvenes forman su intelecto y su personalidad. Dicha formación los prepara para la vida y debe abarcar no solo lo intelectual-cognoscitivo, sino también esa capacidad de admiración, intuición y contemplación que les permita desarrollar un juicio personal y cultivar el sentido religioso, moral y social.

Sin embargo, como afirmó Benedicto XVI, los jóvenes “se sienten fácilmente atraídos por otras cosas, por un estilo de vida bastante alejado de nuestras convicciones”. Frente a esta realidad, propongo reflexionar en torno a tres puntos:

El primer punto requiere que padres y maestros estemos atentos para que nuestra intervención educativa atienda, de manera integral, el desarrollo de nuestros hijos y alumnos.

Percibo, con preocupación, que la educación familiar y escolar muchas veces se deja influenciar negativamente por lo que podríamos llamar usos y costumbres relativistas que, por una pobreza conceptual de lo que es la persona humana, terminan promoviendo un estilo de vida irreflexivo, sin valores consistentes y sin metas definidas. Así tenemos jóvenes poco habituados a un pensamiento riguroso.

Un segundo aspecto implica valorar que los niños y jóvenes atraviesan por una etapa de dualidad asombrosa. Es la época de los anhelos más profundos. Esto los coloca en una situación muy valiosa, pues puede llevarlos a una vida plena y a experimentar una verdadera experiencia de felicidad auténtica. Pero, por otro lado, también existen fuerzas que amenazan con hacerles perder el rumbo, impidiéndoles asumir libremente su propio destino.

Un tercer aspecto se refiere al ambiente que rodea a los niños y jóvenes. Y es que, siendo ellos capaces de albergar los anhelos más profundos, también pueden dejarse llevar por sucedáneos del placer, del tener y del poder, ofrecidos de manera sistemática a través de la propaganda y los medios de comunicación; esta situación los vuelve muy frágiles.

Para superar estos desafíos, se requiere una formación integral que atienda el cultivo de la mente, de la voluntad y la emotividad.

Al nivel de la mente, los niños y jóvenes están sometidos a los influjos del pensamiento posmoderno, que influye de manera negativa en la forma de percibir la realidad y razonar sobre ella. El subjetivismo, la fantasía y el desorden lógico, se van imponiendo como categorías sociales que se expanden a través de los medios de comunicación más modernos, presentando un grave peligro para el desarrollo de la persona.

Otro aspecto que no debemos descuidar es el desarrollo de la voluntad y del mundo emocional. Cuando educamos debemos insistir en formar una escala recta de valores, para evitar que los niños y jóvenes se vean sometidos a la coacción de la simple emotividad.

El panorama presentado reclama una sólida formación integral; es decir, un proceso educativo que articule el desarrollo de la mente, el corazón y la acción. La inspiración cristiana nos permite incluir en esta perspectiva de formación integral, la dimensión moral, espiritual y religiosa, como claves imprescindibles para satisfacer esa hambre infinita de nuestros hijos y alumnos.

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