Rossmery Arce Delgado
Profesora del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
Arequipa atraviesa una urgencia que no podemos seguir ignorando: la vulnerabilidad en la salud mental de sus pobladores, que la lleva a encabezar las estadísticas de suicidio a nivel nacional. Actualmente, solo alrededor del 2 % del presupuesto nacional de salud se destina al cuidado de la salud mental, una cifra por debajo de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Por eso, es clave fomentar la promoción de la salud mental para reducir factores de riesgo como el aislamiento o el estrés. En este proceso, la psicoeducación cumple un rol fundamental: cuando una persona entiende lo que está viviendo, le resulta más fácil asumirlo, ponerlo en palabras y buscar apoyo. Esa claridad alivia, quita peso y abre caminos hacia la solución.
En el plano personal, aprender a mirarnos con honestidad, aceptar lo que no podemos cambiar y reconocer tanto nuestras debilidades como nuestras fortalezas es una manera de avanzar hacia una salud mental más sólida. Reconciliarnos con nosotros mismos también implica aprender a agradecer. En medio de las tensiones diarias y de la presión del día a día, detenerse a reconocer lo pequeño —desde un gesto amable hasta un momento de calma— puede marcar la diferencia. El agradecimiento desplaza la mirada de lo que nos falta hacia lo que ya tenemos, genera un sentido de conexión con los demás y aumenta el bienestar.
No se trata de negar las dificultades, sino de equilibrarlas con el reconocimiento de lo positivo. Esta práctica fortalece la resiliencia emocional, ayuda a tolerar mejor la frustración y contribuye a construir una vida con mayor sentido. Incluso reconocer nuestra finitud nos invita a valorar cada momento, aceptar el sufrimiento como parte de la experiencia humana y encontrar sentido aún en la adversidad. Admitir nuestra propia finitud puede ser el inicio de una reconciliación personal más profunda, donde no se teme al error o a la tristeza, sino que se aprende a convivir con ellos, a pedir ayuda y a decir en voz alta que ningún dolor dura para siempre. Esta mirada puede salvar vidas, porque abre la puerta a la esperanza y al acompañamiento genuino.
En el contexto actual de Arequipa, hablar de prevención del suicidio exige una mirada profunda y humana. Prevenir el suicidio implica acompañar a las personas en el proceso de enfrentar la angustia que provoca la incertidumbre o el dolor, y ayudarlas a descubrir que, aunque la vida tiene límites y desafíos, siempre es posible resignificar el sufrimiento y volver a conectar con motivos para vivir. La existencia no está exenta de crisis, pero toda crisis puede convertirse en una oportunidad de transformación cuando se encuentra apoyo y sentido compartido.
Debemos fomentar una cultura en la que cuidarse a uno mismo no sea visto como debilidad, sino como un acto de responsabilidad y amor propio. Promover la reconciliación personal, el agradecimiento y la reflexión sobre la finitud de la vida nos devuelve la capacidad de sentirnos en paz y mirar adelante con esperanza. Porque cuidar la salud mental no es solo evitar crisis, sino también crear las condiciones para vivir con plenitud, fortaleza y dignidad.