Jhony Velásquez Delgado
Profesor del Departamento de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Católica San Pablo
En los últimos días, Jensen Huang (Nvidia), Satya Nadella (Microsoft) y Sam Altman (OpenAI) han puesto sobre la mesa un nuevo elemento en la carrera internacional por el desarrollo de la inteligencia artificial: la energía. El 3 de noviembre pasado tuvo lugar una conversación —reportada por TechCrunch— entre Nadella y Altman, en la que ambos directivos coincidían en que el gran cuello de botella en el desarrollo de modelos de razonamiento más grandes era la electricidad.
Días atrás, el mismo Nadella, CEO del coloso de Redmond, sostenía que posee chips que no puede “enchufar” por falta de energía disponible. Por otro lado, desde el blog oficial de OpenAI se recomendaba —a fines de octubre— que el gobierno de Estados Unidos modernizara las regulaciones para dar acceso a más energía y, de esta manera, no perder competitividad. La agencia Reuters, el 5 de noviembre, recogió las declaraciones del líder de la compañía más valiosa del mundo; en ellas, Huang destacaba la fortaleza competitiva de China, mientras advertía que las restricciones y el contexto energético actual podrían debilitar el ecosistema tecnológico de Estados Unidos.
Detrás de los lanzamientos recientes de ChatGPT, Claude, Gemini, Grok o Llama, por un lado, y de Qwen, DeepSeek, Manus o Kimi, por otro, se encuentran dos modelos económicos.
China, con su capitalismo de Estado y una misión clara, busca convertirse en la primera potencia del orbe. Desde Pekín se mueven todas las “palancas” —subsidios a la electricidad, permisos, uso de suelo, fomento masivo a las energías renovables, entre otras— de las que dispone el gobierno para acelerar la infraestructura de IA.
Por otra parte, Estados Unidos, con su libre mercado, enfrenta cuellos de botella. El ecosistema tecnológico privado lidera en chips, modelos y cloud; pero la capacidad de producción eléctrica, la interconexión a la red y, en algunos casos, los permisos son elementos que ralentizan el desarrollo de los fundamentos necesarios para el crecimiento de la IA.
Entre ambas propuestas —un Estado interventor o el libre mercado como único y más eficiente asignador de recursos— convendría recordar que la intervención estatal puede realizarse en sectores estratégicos o esenciales, siempre en clave subsidiaria, buscando la eficiencia y dinamizando la economía con un solo objetivo: la consecución del bien común de la sociedad.
Ahora bien, si dejamos esta “batalla” de superpotencias y volvemos a nuestra realidad, convendría pensar en el rol que puede jugar Perú en esta “Champions League” de los LLMs (modelos de lenguaje de gran escala). La IA será la infraestructura necesaria para todas las naciones del planeta. En ese contexto, nuestro país podría ser una fuente de producción de energía limpia y renovable y proveer ubicación para data centers. En julio último se inauguró en La Joya, Arequipa, la Central Solar San Martín, la planta fotovoltaica más grande del país. Dicha infraestructura producirá más de 830 GWh de energía al año. Este distrito es una zona que goza de radiación solar elevada durante la mayor parte del año, por lo cual tiene gran potencial para la generación de energía renovable.
La discusión inacabable entre mercado y Estado está dejando el ámbito ideológico y trasladándose a la esfera operativa. La IA requiere energía, electrones confiables, baratos y escalabilidad. China está coordinando mejor; Estados Unidos innova más desde el sector privado, pero debe orquestar mejor. Es evidente que, sin electricidad, no hay IA.
Tal vez sea momento que la nación presidida por Donald Trump se mueva hacia un mercado libre con presencia, en clave subsidiaria, del Estado. Probablemente una adecuada participación del gobierno en coordinación con el sector privado –a través de reglas que aceleren la capacidad eléctrica financiable– sea una alternativa viable para seguir mejorando la eficiencia de los modelos de lenguaje y para seguir compitiendo. Solo el tiempo nos dirá quién ganó este partido.
Tal vez sea momento de que la nación presidida por Donald Trump se mueva hacia un mercado libre con presencia, en clave subsidiaria, del Estado. Probablemente una adecuada participación del gobierno en coordinación con el sector privado —a través de reglas que aceleren la capacidad eléctrica financiable— sea una alternativa viable para seguir mejorando la eficiencia de los modelos de lenguaje y continuar compitiendo. Solo el tiempo dirá quién ganará este partido.
