Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
Contra muchos pronósticos, José Jerí ha superado su primera semana como presidente interino. Los vientos políticos, al menos por ahora, soplan a su favor. La gran movilización ciudadana, convocada originalmente para protestar contra Dina Boluarte y la inacción del Estado frente a la ola de extorsiones —en especial en el transporte público—, terminó teniendo también a Jerí como destinatario involuntario. Sin embargo, no logró replicar la fuerza ni el desenlace de la revuelta de hace cinco años contra Manuel Merino. Hubo, lamentablemente, un manifestante muerto y el Ministerio Público ya investiga el caso. No obstante, la chispa no provocó un incendio político.
En el Congreso, las aguas están igual de tranquilas. La presidencia del Legislativo recayó en Fernando Rospigliosi, primer vicepresidente, como dictan las reglas de sucesión. Aunque el fujimorismo había anunciado que no asumiría roles ni en el gabinete ministerial ni en el Parlamento, terminó aceptando la posta. Es una movida insólita pero funcional: garantiza, al menos en el corto plazo, una cierta estabilidad institucional.
El siguiente capítulo será decisivo. El voto de confianza al gabinete, encabezado por Ernesto Álvarez, pondrá a prueba la capacidad de Jerí para sostenerse políticamente. A pesar de las denuncias que pesan sobre Álvarez y dos de sus ministros —ya reveladas por la prensa de investigación— es poco probable que el Congreso le niegue la confianza. A menos, claro, que una mayoría inusualmente cohesionada logre articular un acuerdo con miras a las elecciones legislativas, que se celebrarán en apenas seis meses.
Por ahora, el país sigue su curso. Nadie parece extrañar a Dina Boluarte, y la vacancia presidencial se ha vuelto casi parte del paisaje político peruano: un fenómeno frecuente, previsible y —lo más preocupante— normalizado.