Carlos Timaná Kure
Director Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
La semana pasada dejó a dos expresidentes tras las rejas: al popular Martín Vizcarra y al victimista Pedro Castillo, por casos distintos, aunque el común denominador de ambos sea la corrupción.
Vizcarra llegó a su condena gozando de amplia popularidad en las redes sociales. Como ningún otro exmandatario, ha sabido mantenerse en el corazón de la población —sobre todo de los jóvenes— empleando estrategias a través de TikTok. Y esta audiencia le ha perdonado todo. Desde la peor gestión de la pandemia a nivel regional, solo comparable con la de Alberto Fernández en Argentina, hasta haberse vacunado a espaldas de la población.
El fiscal Germán Juárez hizo un trabajo meticuloso al recoger los testimonios de los ejecutivos de las constructoras que se coludieron con el entonces gobernador en los proyectos Lomas de Ilo y Hospital de Moquegua, así como la evidencia de los movimientos financieros que señalan que Vizcarra buscó lavar el dinero proveniente de las coimas a través de sus tarjetas de crédito.
Por el lado de Pedro Castillo, el delito fue sobre todo político. Tratar de romper el orden constitucional es lo que le ha valido 11 años de cárcel. Si bien su defensa tomó como estrategia argumentar que el intento de golpe de Estado no tuvo éxito, la fiscalía allanó el camino con la figura de tentativa de rebelión, que era la tipificación más correcta, y sobre ella se le impuso una condena ejemplar a él y a su equipo de confianza, encabezado por los exministros Betssy Chávez, Aníbal Torres y Willy Huerta.
Estas sentencias tienen un sentido ejemplar e implican el reto de que, para la próxima cita electoral de 2026, evitemos votar por este tipo de perfiles.
