Más allá de la vocación minera

La industria minera es una maravilla! Este es el primer pensamiento que desarrollo al leer el artículo del Señor Guillermo Vidalón del Pino titulado “Unidos a Dios compartimos varios gritos” que fuera publicado en la edición anterior de este quincenario (Encuentro #160). Sin embargo, algunos aspectos de la realidad desdicen la maravilla presentada en su artículo.

Entiendo y comparto la idea de reconocer las vocaciones productivas del país. Es necesario reconocer que el Perú es un país minero por vocación y que nuestra minería es una actividad que “genera riqueza en zonas inhóspitas”. Pero frente a esta realidad se contrapone otra; y es que en aquí la industria más rica se desarrolla en las zonas más pobres. Para Vidalón esta situación es responsabilidad del Estado, y en gran medida tiene razón. Sin embargo, muchas veces olvidamos que más allá de las vocaciones productivas existe una más trascendente: la vocación al desarrollo humano integral (DHI), como nos recuerda Benedicto XVI en su carta encíclica Caritas in Veritate.

Trabajar por el DHI, nos recuerda Benedicto XVI, “supone la libertad responsable de la persona y de los pueblos”. Más aún, el Papa nos recalca que “ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana”. Es en este llamado en donde no cabe deslizar responsabilidades justificándonos en la estructura y función del estado. No cabe pensar que con el hecho de pagar impuestos, las personas o empresas, ya cumplimos con nuestra responsabilidad de trabajar por el DHI. Este criterio debe ser significativo, especialmente, para un católico.

Sin duda, las personas y empresas vienen descubrir mejores medios para contribuir al DHI. En particular, como menciona Vidalón, la industria minera peruana ha avanzado en desarrollar producciones amigables con el medio ambiente y en mejorar su relación con comunidades cercanas a sus operaciones. Sin embargo, nos queda mucho por desarrollar para esta en un escenario “maravilloso”.

En el Perú, según el artículo en mención, al parecer todos están contra las empresas mineras. Se oponen a estas los pobladores, por desconocimiento y miedo; los políticos, por intereses personales; y así se podría listar a otros actores. Lo descrito no deja de ser verdad. Sin embargo, las empresas mineras distan mucho de ser organizaciones simples con escasos recursos que no puedan revertir estos escenarios adversos. La gran industria minera y sus empresas son quizá las únicas que pulsan al gobierno peruano. Estas tienen la capacidad operativa y económica de llegar a los pueblos más alejados, a donde no llega ni el Estado ni las ONGs ambientalistas.

¿Cómo es posible que a pesar de estas capacidades, políticas y económicas, se hayan generado climas adversos a la actividad minera? ¿Qué se hizo o no se hizo para llegar a graves situaciones de conflicto? ¿Por qué se subestimó y se subestima el actuar de los “antimineros”? ¿Cómo se aproximarán al futuro? Estas son algunas preguntas que podrían hacerse las empresas mineras y que debieran responder con sinceridad. En su actuar está gran parte del futuro del país y de muchos peruanos.

Para finalizar y redondear algunas ideas comparto una cita de Benedicto XVI, en la carta encíclica ya mencionada: “El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y responsabilidad”.  A este llamado es al que debemos responder con fidelidad y creatividad. Todos —las empresas, los gobiernos y la sociedad civil—  somos corresponsables de nuestro desarrollo.

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