Marketing, calidad y nivel de vida

Ricardo Arturo Valdez Cornejo

Docente UCSP
Director de Glo-Val Consultores

Nivel de vida y calidad de vida no son lo mismo. Es más, en ocasiones, estos dos conceptos pueden llegar a contradecirse. Hechos concretos demuestran a diario cómo se confunden ambos. Esto, unido a que la actividad mercadológica contribuye en ahondar la distorsión, ya que algunas veces se encuentra ajena a una óptica ética y con responsabilidad social, propia del marketing 3.0 que se intenta propulsar ya desde hace algunos años.

A través de la generación de valor, se debe saber que al cubrir necesidades y satisfacer deseos se impacta en la calidad de vida y el nivel de vida de las personas.

Empero, la calidad de vida se ha perdido en pro del nivel de vida. Este último hace referencia al estatus alcanzado por una persona inmersa en una colectividad, tanto en el aspecto económico como en el cultural y el social. La calidad de vida hace referencia al bienestar alcanzado por el ser humano en estado de equilibrio, y en armonía con la naturaleza, otras personas y el propio ser interior, considerando incluso aspectos de simbiosis enriquecedora y homeostasis plena.

Por tanto, la calidad de vida debe abarcar aspectos tales como la plena espiritualidad, la felicidad, el equilibrio físico y mental, entre otros; indicadores y variables todos conducentes a la autorrealización del ser.

Por ello, es menester hablar acerca de los aspectos socioculturales del marketing, los cuales impactan, en la práctica, en los conceptos mencionados.

¿Cuáles son esos impactos culturales? La disolución de la identidad (no consideramos que se pierda), la apertura de mente, mayor conciencia de consumo, desde una óptica de cliente; y respeto hacia los derechos de los consumidores.

Los impactos sociales son mayores presiones de los grupos sociales, mayor estrés generado por el deseo consumista, mayores frustraciones al no alcanzar metas que antes no existían o que no resultaban visibles, consumismo desmedido.

Entonces, como se puede apreciar, no siempre los impactos son positivos. Es en este punto en el que se distorsiona el concepto de calidad de vida, confundiéndola con nivel de vida.

Yendo más allá, se podría llegar al punto de afirmar que la felicidad, al margen de ser una decisión personal, es producto de una elevación sostenida de la calidad de vida, relacionada estrechamente con la autorrealización. Nunca será efecto del estatus social, aunque lo parezca.

El problema es que en la sociedad consumista se ha apologizado permanentemente la importancia del estatus socio-económico. Incluso, la apreciación de la posición de la persona dentro de su entorno se ha llevado a niveles laudatorios cuando esta supera a los demás por lo que tiene y no por lo que es. En otras palabras, cuando puede consumir y gastar más, y no por el aporte real a la sociedad ni por sus cualidades.

Por estas mismas razones, la autoestima se ve afectada y esto genera una vorágine de consumismo indeseable que podría conducir a un final funesto.

Es condición sine qua non para el desarrollo pleno humano que la calidad de vida mejore, priorizándola sobre el nivel o estatus. El trabajo consciente de empresarios en general y de mercadólogos en particular puede aportar en este sentido.

 

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