Gobernar

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Un marido engaña a su mujer. Una mujer engaña a su marido. Padres manipulan a sus hijos. Hijos olvidan a sus padres. Hombres violan y asesinan a mujeres por considerarlas propiedad, objeto, cosa. Mujeres abandonan a sus recién nacidos o los matan en el vientre. Familias se deshacen de sus ancianos. Alguien bota basura en la calle.

Periodistas se compran y se venden. Grandes grupos económicos negocian faenones, almuerzotes y bonos de éxito. El Poder Judicial que se duerme al escuchar ciertos nombres. Todos silban y miran al techo. Hombres y mujeres con discursos bohemios se beatifican a sí mismos con ideologías trasnochadas, idóneas para una noche de juerga en la que se arregla el Perú jugando al “café francés”.

En todos los casos nos domina la cultura del atraso, el chisme, el egoísmo y la envidia. Por eso hierve de gusanos este cadáver de país. ¿Sorprende? Un poco sí, pero es solo por falta de memoria de la historia y de la condición humana.

Destierra, hermano peruano, la idea de que el Gobierno tiene que solucionar tus problemas. Es al revés, nosotros tenemos que solucionar los problemas del Gobierno. Comenzando por el gobierno de nosotros mismos.

La única resurrección es elevar la mirada al bien común, a la lealtad que viene de amarlo, ansiarlo, añorarlo, buscarlo y ponerlo en práctica, comenzando por el metro cuadrado que me rodea. De esa práctica puede venir una asociación limpia de intereses, basada en principios que puedan ponerle un dique a esta nada que se come las esperanzas del país.

Comenzaremos por islotes de decencia y humildad: una junta de vecinos, un distrito pequeño, una provincia y así. Esquivaremos todo espíritu sectario, tendremos paciencia con todos y firmeza con nosotros mismos. Con cien personas limpias, preparadas e inteligentes, que vengan de puestos de gobierno sano (familia, empresa, profesión), sin importar el nivel de lo que gobernaron, debería alcanzar para comenzar.

Tal vez no logremos nada que se note mucho, tal vez solo quede en los más cercanos la estela de bondad que siempre deja una conciencia limpia y un compromiso de verdadero amor a la patria, que es amor a la familia, al barrio, a la provincia, al país.

Tal vez solo quede el recuerdo de unos cuantos hombres y mujeres que creyeron que la única historia que vale la pena escribir con nuestra sangre es la que se le puede contar a un niño pequeño para hacerlo sonreír. Con eso debería bastar.

 

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