De género y número

Javier Colina Seminari
Abogado

Hace unas semanas circuló en las redes sociales una encuesta que decía que la mayoría de los peruanos apoyábamos el ‘enfoque de igualdad de género’. Yo, por mi parte, prefiero apoyar y promover la ‘igualdad de derechos de los sexos’.

El varón y la mujer son iguales en derechos por que ambos son dignos. Negar u oponerse a ello es retrógrado y sobre todo inhumano. La igualdad de derechos no significa que el hombre y la mujer sean física y psicológicamente iguales. ¡Felizmente! Las diferencias ontológicas entre uno y otro sexo son necesarias.

Estas diferencias son físicas, psicológicas y funcionales. No obstante ello, hombres y mujeres son iguales —o deberían serlo— ante la ley y ante toda estructura normativa. Por eso, reitero que apoyo con entusiasmo la igualdad de los derechos de ambos sexos.

En el mundo, algo se ha logrado en lo que respecta a la igualdad de los sexos; pero no lo suficiente, ni lo necesario; por ejemplo, la violencia contra la mujer sigue siendo una lacra muy difícil de erradicar y las desigualdades en el mundo del trabajo son evidentes. Hay que luchar vivamente por la igualdad de derechos de los sexos.

Lo que no comparto es aquello de la ‘igualdad de género’. Esto de ‘género’ aplicado a los seres humanos es una fórmula relativamente nueva. En la gramática castellana, se usa la categoría de ‘género gramatical’.

Eso se debe a que en las lenguas derivadas del latín usualmente se designa arbitrariamente a los fenómenos y las cosas en masculino o en femenino: el invierno, la primavera, la tasa, el vaso, las medias. ¿Recuerdan, en el colegio, los ejercicios de concordancia de género y número entre artículo y sustantivo? En estos casos, el género es una convención social que no está sustentado en la naturaleza de las cosas.

También ocurre con algunos países: por ejemplo, el Perú y la Argentina. Los franceses gustan decir lo que en castellano sonaría como «la Francia». Sin embargo, ni en castellano ni en francés las cosas o los países tienen sexo. Entonces, para no preguntar cuál es el sexo del vaso o de la lluvia, la convención gramatical usó el vocablo ‘género’, en forma similar al inglés gender, con el significado de conjunto de objetos que comparten unas mismas propiedades.

Los de cristal de Bohemia y los descartables de la kermés del barrio son igualmente vasos; así, en masculino. Pero sin genitales. ¿Por qué entonces hacer (ab)uso del vocablo ‘género’ cuando nos referimos a personas, si en el castellano y en otras lenguas tenemos la contundente e inequívoca palabra ‘sexo’? Claro está que la respuesta es que ‘sexo’ es un sustantivo limitado, puesto que solo puede ser masculino o femenino.

En cambio, ‘género’, según sus defensores, es algo así como una identidad de comportamiento sexual de amplio espectro, que se va construyendo poco a poco por el individuo, independientemente de su sexo biológico. Es decir, los genitales con los que uno viene al mundo dotados por la madre naturaleza son solo un dato accesorio, secundario e irrelevante en el desarrollo de la personalidad y en la configuración de la sexualidad.

Lo determinante es la orientación que el sujeto le quiera dar a su vida. Los defensores del ‘enfoque de género’ o ‘ideología de género’ sostienen pues una corriente de pensamiento armada sobre el movimiento feminista de los años 40 y 50 del siglo XX (revisemos a Simone de Beauvoir y su tesis de construcción de lo femenino), que pretende convencernos de la validez de sus principios (toda ideología tiene principios).

El primero y primordial es que sexo (naturaleza) y sexualidad (‘cultura’) son cosas distintas, y que incluso pueden ir en sentido opuesto. El segundo es que la identidad de género, que determina el tipo de sexualidad que se va a ejercer, la va construyendo el propio individuo a voluntad.

Lo criticable de estos principios es que desprecian la naturaleza (el desdén por el sexo biológico es una muestra de ello), no la complementan ni se sustentan en ella. El inocular la idea de ‘género’ (y todo su gran abanico de posibilidades) en el lenguaje de los medios de comunicación; en el discurso académico, político y coloquial; y sobre todo en la formación de los niños, desplazando el sexo masculino y el femenino, tiene un propósito: que se acepte como algo normal todo tipo de comportamiento sexual, sin tapujos y sin restricciones, y expuestos de manera pública. Y para ello requieren derogar la ley y la moral.

Seamos claros, hoy en día con seguridad conviven en la sociedad todos los estilos de vida cobijados bajo el amplio paraguas del ‘género’: homosexualidad masculina y femenina, bisexualidad, transexualidad, hermafroditismo (hoy llamado intersexualidad), y alguna otra ‘sexualidad’ que desconozco.

La sociedad lo sabe, lo acepta y lo tolera, ciertamente muchas veces a regañadientes y, peor aún, estigmatizando y maltratando, lo cual es injusto y debe condenarse. Pero, como dice un chiste cubano que corre por las redes sociales: la homosexualidad antes era mal vista, después fue tolerada, luego fue aceptada y ahora falta que sea obligatoria.

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