Juan Pablo Heredia Cáceres
Profesor del Departamento de Ingenierías de la Industria y el Ambiente de la Universidad Católica San Pablo
Desde que empecé a sentir la pasión y vocación por enseñar, la pregunta que siempre ha rondado –y sigue rondando– mi cabeza es: ¿cuál es el rol del docente en clase? En el colegio tuve profesores que alimentaban esta vocación, algo incierta aún, pero que ya me gustaba ejercer: enseñar al otro, incluso si ese otro era mi propio compañero de clase.
En la Universidad San Pablo tuve la oportunidad de encontrar excelentes profesores desde el primer semestre, quienes fueron alimentando aún más esa vocación. Observaba cómo varios de ellos daban sus clases con amor, cariño y respeto hacia el estudiante. Cómo olvidar a la profesora Sandra Gómez, que siempre nos recibía con una sonrisa, nos cuestionaba y buscaba nuestra atención. Cómo olvidar su FODA, que nos hizo elaborar a partir de la relación sentimental que teníamos en ese momento. O cómo no recordar a aquel profesor de Matemática Básica, que con su paciencia –por lo menos conmigo– logró que amáramos las matemáticas: profesor Freddy Begazo, gracias.
Así fueron pasando otros profesores como Paúl Marchani que, con gran energía, nos enseñaba sobre los recursos humanos y nos inculcaba que la capacitación debía primar. Podría seguir con muchos más que me enseñaron en la universidad y que alimentaban, día tras día, estrategia tras estrategia, mi vocación. No solo empecé a querer mi profesión –la administración– sino también a abrazar con fuerza la educación.
Tuve el privilegio de tener como docente a Alonso Portocarrero, con su curso de Investigación de Mercados, de quien decíamos que “nos desaprobaba con cariño”. Cómo olvidar aquellas clases espectaculares de Macroeconomía II, con Germán Chávez, quien transmitía su amor por la economía con verdadera pasión. Las políticas económicas no podrían haber sido tan divertidas, si no las hubiese enseñado Manuel Bedregal. Qué clases impartía, y qué experiencia compartía en cada lección.
No quiero dejar de mencionar a María Castillo, su asignatura era un “curso filtro”. No todos queríamos estar en su clase –hay que ser sinceros– pero pude comprender su rol cuando yo mismo me convertí en docente: “respetar las normas para que puedas ser justo”. Tampoco puedo omitir a Alfredo Passano, el curso de Logística fue enseñado por alguien que realmente amaba el tema y transmitía su experiencia. Que Dios lo tenga en su gloria, profesor. Las clases de Marketing terminaban siempre con ganas de tomar una Coca Cola, pues Jafeth Quintanilla nos volcaba toda su experiencia en esta empresa a través de cada ejemplo y aprendizaje; eso sí, había que llegar temprano.
Por último, no puedo dejar pasar a Alonso Quintanilla y su curso de Gerencia Estratégica. Su pasión y cercanía al enseñarnos nos hacía sentir agradecidos por todos los profesores que tuvimos. Gracias, Alonso.
Luego de este pequeño recuento de aquellos docentes que marcaron, día tras día, mis años universitarios –aunque seguramente me olvido de algunos– regreso a mi pregunta inicial: ¿cuál es el rol del docente en clase? Al releer mi etapa universitaria, la respuesta no pasa por caerle bien al estudiante ni por asegurarse de que este cumpla con aprobar, tampoco pasa por ser un simple facilitador o renegar con ellos y desaprobarlos; no.
El rol que me mostraron cada uno de mis docentes, desde el colegio hasta la universidad, fue el de enseñar. Que cuando salgas de clase, te cuestiones: ¿qué aprendí hoy?
En estos tiempos, realmente no es sencillo enseñar. Las cosas han cambiado, las generaciones también; pero, queridos profesores, nosotros no podemos cambiar. Debemos recordar que nuestro rol principal es enseñar, dar todo de nosotros en clase. No se trata solo de preparar contenidos, sino de ver cómo podemos llegar a los alumnos, a esos corazones inquietos y, muchas veces, hambrientos de saber.
Así que los animo a regresar a nuestro primer amor, a esa primera clase que nos motivó a decir: “quiero enseñar”, “quiero transmitir a los demás lo que aprendí y voy aprendiendo”, “quiero transcender en mis alumnos”. ¡Ánimo, profesores! Un abrazo a cada uno de ustedes por el Día del Docente Universitario.