Convicciones políticas en venta

Primero fue Pedro Pablo Kuczynski negociando acuerdos con el asesor de candidaturas de izquierda, Luis Favre. Luego Alejandro Toledo aparece para pedir que el lote 192 sea operado por PetroPerú. Después, Marco Arana dice en pleno cónclave de la industria extractiva, que el Perú es un país minero. Y cuando creíamos que lo habíamos oído todo, Keiko Fujimori nos sorprende desde Harvard con elogios al trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Es cierto que toda campaña presidencial puede resistir cierto grado de cinismo de parte de los candidatos. Lo complicado es cuando este llega tan pronto y de forma tan descarada. Porque hasta hace poco los peruanos pensábamos que PPK y Toledo eran un par de liberales pro empresa, que el ex cura Arana era un anti-minero declarado y que Keiko rechazaba por convicción todo lo que tenía que ver con la CVR y sus conclusiones.

Se puede ensayar todo tipo de argumentos para entender las motivaciones detrás de estos repentinos cambios de humor. Que PPK insiste en su estrategia de “sancochado” para agrupar las bases políticas que no tiene y así garantizar su lugar en la segunda vuelta. Que Toledo dice “sí, señor” a todo lo que salga de la bancada nacionalista para encontrar defensores en el caso Ecoteva y evitar entrar judicializado a la campaña.

Que Arana quiere zafar un poco de la imagen de violentista que ha construido a punta de paros y tomas de carretera. Que Keiko quiere distanciarse de los “albertistas” de su partido y mostrar un rostro más dialogal con sectores hostiles con ella. Todas pueden ser explicaciones válidas, pero ninguna alcanza para justificar eso que Javier Villa Stein ha conceptualizado magistralmente en Twitter: una cosa es la realpolitik y otra andar renunciando a convicciones de la noche a la mañana.

Porque no se puede gobernar sin tener convicciones políticas. Pero aún, no se puede andar negociando las convicciones según el grupo al que quiero contentar. Las consecuencias de ello las estamos viviendo desde hace cuatro años. Y si seguimos con esta tendencia no se sorprendan si vemos a Carlos Bruce en la Marcha por la Vida y al Pastor Lay en el día del orgullo gay.

Un político sin convicciones no es un pragmático sino un demagogo. Y puede ser cualquier cosa menos alguien serio con un proyecto bajo el brazo. Por eso siempre es mejor pensar antes de votar y hacerlo por ideas antes que por simpatías personales generadas en alterados discursos de campaña. Siempre —aunque el desprestigio los persiga— serán preferibles los partidos organizados en torno a una doctrina antes que las agrupaciones que venden su inscripción al mejor postor.

No hay forma de ser viables como país sin una clase política seria, motivada por el afán de servicio en torno al bien común antes que por la negociación subalterna de intereses personales, hábilmente disfrazados de actitudes en favor del diálogo político. Para lograr ello se necesitan reformas que por ahora aparecen postergadas en el Parlamento. Ojala nuestros congresistas puedan darle un mejor entorno legal a las elecciones que están a la vuelta de la esquina.

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