Competencia y bien común

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

¿Tienen alguna posibilidad de ser compatibles? La pregunta se puede contestar de dos maneras. Si por competencia se entiende la eliminación del competidor, parece que son absolutamente incompatibles ya que mi bien sería su mal, por lo tanto el bien común sería imposible.

Si por competencia se entiende la mayor mejora posible de mis capacidades, parece que son compatibles; sin embargo, no desaparece la dificultad de la competencia en sí, que como parece ser hoy es el motor del progreso y una especie de antídoto contra la mediocridad.

Un mundo sin competencia favorecería la mediocridad intelectual y moral. Un mundo de pura competencia es un infierno donde se mata, miente, roba y estafa con tal de ganar. ¿Existe un aristotélico punto medio? Un amigo me decía que sí: la competencia moderada. Pero, ¿moderada por quién?

¿Por el Estado? Pero si el Estado se convierte —como suele pasar— en un botín codiciado por los hombres sin escrúpulos para perpetuarse en el poder, no servirá para moderar nada porque de por sí sirve a intereses contrarios al bien común.

¿Por la sociedad civil? Lamentablemente esta es casi inexistente porque al haberse debilitado tanto la educación, lo que algunos llaman sociedad civil es más bien una especie de acumulado de personas con intereses distintos, vagos y muchas veces atontados por la propaganda, es decir una turbamulta, una plebe, un populacho inconsciente, un inmenso animal al cual domar para aprovechar su poder.

Se me ocurre que en el empresariado hay una reserva moral interesante; justamente por no ser un moderador, sino un actor directo necesitado absolutamente de bien común. He visto gente con ganas de hacer cosas buenas, con horizontes amplios, con muchas habilidades de gestión y disposición a crecer en virtudes humanas. Parece ser, sin embargo, que el sistema mismo solo les permite un crecimiento moral moderado y adecuado a la rentabilidad que sería el único resultado importante.

La esperanza está en la falta de sostenibilidad de un modelo así. Hay varias intuiciones al respecto; una de ellas: reducir la moral a lo utilitario no es sostenible a largo plazo. Hay que creérsela de verdad y actuar en consecuencia. Los poderosos caen por no hacerlo. Si esta posibilidad se asume en serio en el ámbito empresarial y se extiende a la política, mejorarían muchísimas cosas.

Salir de la versión móvil