¿A votar con optimismo o resignación?

Manuel Ugarte Cornejo
Director del Centro de Pensamiento Social Católico

¿Los peruanos tenemos motivos para votar con optimismo y esperanza este cinco de junio? ¿O al contrario lo haremos con miedo y resignación? Estas semanas se nos ha repetido mucho que si el voto útil o el voto por convicción, que si la dictadura o la democracia, que si la corrupción, el modelo económico, la “unión civil”, el narcoestado… y así llegaremos a la cámara secreta con el temor de convertir nuestra cédula en un cheque en blanco.

Pero, si lo pensamos un poquito mejor, nuestra relación con la política, con las autoridades, con las instituciones, y con la democracia en general, no debería ser la de persignarse y entregar un cheque cada cinco años. La alternativa a esta circunstancia es construir una sociedad civil comprometida con el bien común, es decir una sociedad que sea capaz de colaborar con los asuntos públicos, sociales y económicos, y también que sea capaz de rescatar la ética y los valores morales para el ámbito social.

Dicho de otra manera, deberíamos ser más conscientes de que, aunque el bien común es la razón de existir del Estado, este no es suyo de manera exclusiva. Construir el bien común nos involucra a todos, individuos, familias, asociaciones, gremios, organizaciones, es decir todos los llamados “cuerpos intermedios”. Y en esto la doctrina social de la Iglesia muestra su profunda sabiduría, por ejemplo a través del “Principio de Participación», con el cual exige de cada cristiano involucrarse en los asuntos públicos ya sean estos políticos, económicos, culturales, educativos, etc.

La “Participación“ exige, por ejemplo, tener una actitud crítica frente a los planes de gobierno, emplear criterios cristianos a la hora de decidir por un candidato, apoyar los proyectos que promuevan la dignidad de la persona humana, los valores sociales, las familias y la vida, y rechazar aquellos que pongan en peligro los valores humanos, familiares y sociales.

La “Participación“ también exige un compromiso permanente, es decir, no solo para cada elección política, sino cotidiano, porque le corresponde al hombre mismo la responsabilidad sobre la gestión de todas las actividades que lo llevan a su perfección, pero siendo conscientes que hay bienes que solo se pueden conseguir de manera asociada, y a ellos les llamamos “bien común”. El bien común es el que ordena la organización social, pero la organización social (teniendo al Estado como la mayor organización) es consciente que no debe usurpar las actividades que los ciudadanos pueden realizar por sus propios medios, porque si lo hiciera entonces el Estado perjudicaría en los ciudadanos sus posibilidades de perfección.

A estas relaciones entre individuos, organizaciones civiles y Estado, la doctrina de la Iglesia le llama “Principio de Subsidiariedad“. Y como puede verse, el principio de “Subsidiariedad” va adquiriendo una complejidad y una importancia enorme sobre todo en sociedades democráticas como la nuestra, y sin intención de explicarlo en toda su complejidad, diremos que uno de los pilares de la Subsidiariedad busca equilibrar los poderes democráticos con los contrapesos adecuados.

Y el contrapeso natural al poder político, es la sociedad civil organizada en sus cuerpos intermedios. Y ojo que aquí hay un criterio clave. No es coherente con la doctrina social católica, la idea de elegir al gobernante que mejor pueda hacerme olvidar de mis responsabilidades sociales por cinco años. No debo buscar un gobernante a quien yo le pueda entregar mi cheque en blanco, sino que debo elegir al gobernante con el que yo (individuo y sociedad civil) pueda trabajar conjuntamente por el bien común.

Esta responsabilidad es grave, y la doctrina social la explica así: “La sociedad civil, organizada en sus cuerpos intermedios, es capaz de contribuir al logro del bien común poniéndose en una relación de colaboración y de eficaz complementariedad respecto al Estado y al mercado, favoreciendo así el desarrollo de una oportuna democracia económica” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 356).

¿Cómo está nuestra sociedad civil organizada? ¿Somos un contrapeso político? ¿Somos un contrapeso económico? porque hasta Adam Smith decía (como siempre lo recuerda Stefano Zamagni) “que si en la economía está sólo la economía privada capitalista, esto se vuelve un desastre“.

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