Christiaan Lecarnaqué Linares
Las manos de Mauro Otazú Zapana, evidencian que dedicó cuarenta años de su vida a forjar el fierro. Tiene las uñas hundidas, los dedos sin huellas y las palmas llenas de callos. Su trabajo, aprendido de su padre, requiere fuerza y destreza para lidiar con el fuego que le permite convertir el metal en arte.
Otazú Zapana, nombrado por la Municipalidad Provincial de Arequipa como uno de los arequipeños del bicentenario en septiembre del 2021, dedica horas de su vida al oficio del fierro forjado.
En su taller alquilado (no tiene casa propia) en la avenida Pizarro del distrito de Paucarpata, produce lámparas, portamacetas, bancas o cualquier otro diseño ornamental solicitado por sus clientes. Hace poco, por ejemplo, le pidieron la imagen de una pequeña llama de 15 centímetros.
Su padre: su mentor
Sus trabajos no son simples sino artísticos. El oficio, como sucede con la mayoría de artesanos, lo aprendió de su padre, Pedro Otazú Calcina. Su mentor trabajó como ferrocarrilero en tiempos en que el tren fue el principal medio de transporte en Arequipa. Don Pedro renunció a ese empleo y dedicó sus días a forjar el fierro hasta su muerte.
Mauro Otazú ayudó a su progenitor desde los 12 años. No es el único que aprendió esta labor. Su hermano, Alipio, también se unió a este arte; don Pedro Otazú tuvo seis hijos. El padre de Mauro caminó por las calles de Vallecito, Yanahuara y Cayma para vender sus portamacetas y faroles.
Mauro lo acompañaba, pero cuando asistió a la Gran Unidad Escolar Mariano Melgar, aprendió dibujo técnico. Años después, esta habilidad sería clave para ayudarlo a entregar trabajos creativos y mejor diseñados.
La marca Otazú
Con el tiempo se hizo conocido. En la actualidad sus clientes son gente que gusta de este arte como cadenas de hoteles, restaurantes, etc. Sus trabajos pueden valer 15 soles, como la llama solicitada o 1 200 soles por unas lámparas diseñadas para un hotel de cinco estrellas de la ciudad.
Aunque no le pidieron una sino diez para entregarlas en 15 días. Para cumplir con ese pedido —que recuerda con orgullo— tuvo la ayuda de un ayudante y su esposa, María Vizcarra, la principal vocera de sus trabajos.
Participó en cinco concursos de fierro forjado organizados por la municipalidad provincial y ganó tres. En una edición presentó la imagen de un cactus reposado en un árbol de queñua visto en uno de sus viajes al distrito de Salamanca en la provincia de Condesuyos. En otra ocasión, forjó una lámpara con las imágenes de las líneas de Nazca, observadas en uno de sus varios viajes realizados al interior del país.
Vivir del arte
Mauro Otazú vive de este arte. Con este oficio pagó los estudios de sus tres hijos, hoy profesionales (dos abogados y un ingeniero). Aunque sus herederos apoyan a su padre, no seguirán sus pasos. Sus caminos están muy lejos del fierro forjado.
Con franqueza admite que hay poco interés de los jóvenes por este arte. Estimó que habrá otros diez como él que continúan tercos en esta rama. Además, lamentó que productos chinos similares a estos trabajos decorativos sean preferidos por establecimientos comerciales en lugar de las artesanías locales que son de mayor duración.
Aunque el panorama parece sombrío y las canas son su presente, no piensa en la jubilación. “Mi padre solía decir que, aunque sea manco y cojo hay que seguir en la ‘chamba’”. Su voz se entrecorta y se despide con una promesa, “Seguiré hasta que Dios me dé fuerza”.
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