Las seis razones del huaycover

Elmer Cáceres Llica. Fuente: Internet.

César Félix Sánchez Martínez

Estando ya los ánimos más apaciguados luego del resultado de la segunda vuelta, corresponde realizar un ejercicio de explicación sobre cuáles son las razones del triunfo de Elmer Cáceres Llica.  En primer lugar, cabe señalar que su victoria, antes que obedecer a un entusiasmo masivo de una parte del electorado por él, se debió a lo que podríamos llamar un huaycover, es decir, no tanto a sus méritos como a una serie de eventos desafortunados o afortunados, dependiendo de quien los mire. En primer lugar creo que es más que evidente desde la primera vuelta el hartazgo de la gente con el proceso electoral; hartazgo-asco-indiferencia-hostilidad que llevó a que sea Viciado-Nulo el ganador de la primera vuelta y que, sumado a Blanco, haya superado al porcentaje sumado de los dos candidatos juntos que pasaron a la segunda vuelta. Hartazgo que no fue activo, sino a veces simplemente repugnancia ante una suerte de catástrofe natural inevitable en  la que no valía la pena ni informarse ni ponerse a cubierto. En un contexto de desafección absoluta cualquier cosa puede pasar y cualquiera puede ganar sin méritos extraordinarios. Procederemos a desmenuzar las razones de que ahora le haya tocado la tómbola a Cáceres Llica, precisamente a él.

La absoluta inepcia de Javier Ísmodes como candidato:

Ya desde hace tiempo, me he topado con personas que padecen de ismodesfobia y que pertenecen a todos los sectores sociales y a todas las persuasiones políticas. Algunos, es menester decirlo, por antipatías personales surgidas de ese peligrosísimo arrieraje que es el mundo de la abogacía corporativa regional y de otros negocios. Pero nunca me imaginé que esos desafectos individuales tomasen tal dimensión. Sea lo que fuere, al igual que con el episodio de la pileta, parece que Ísmodes también se confió: creyó que cualquiera le podía ganar a Cáceres Llica y por eso existe la impresión de que empezó tarde y mal la campaña de la segunda vuelta (buena parte de los viciadores tenía también esa idea, dicho sea de paso, y por eso se sintieron absolutamente cómodos viciando).

Pasó por alto que su principal tarea era convencer a los votantes de Viciado-Nulo de la primera vuelta –antes que buscar endoses casi siempre imaginarios en nuestras campañas regionales– y que para eso había que tener un perfil político y moral claro. No pasó desapercibido para algunos que en los momentos aurorales de la campaña, pasó sorprendentemente al Tía María No y buscó coquetear con viejos patriarcas de signo «popular». Luego pasó al Tía María Sí y acabó en el Tía María Quizás. Si bien es cierto que, a diferencia de los demás, tenía un plan de gobierno medianamente técnico, eso no quiere decir mucho en la metafísica Arequipa. Se exigía una identidad política o al menos simbólica definida, un ethos, que, mal que mal, Cáceres Llica sí tenía, en cuanto fuerza telúrico-étnica de reacción antiextranjera. Y que Ísmodes parece no tener.

Si Ismodes hubiese planteado explícitamente la segunda vuelta como un enfrentamiento entre dos visiones del mundo, antes que una simple y cínica oferta «técnica» y vagamente modernizadora frente a un simple burro, otro gallo le cantaría. Chavistizar a Cáceres Llica era más útil, incluso en Arequipa, que menospreciarlo con criolladas. Por su parte, Cáceres Llica sí planteó el combate en el plano simbólico.

Una campaña millonaria, profesional y moderna:

A Cáceres Llica no solo le ayudó contar con recursos económicos ilimitados (tanto de sus personalísimos ahorros como de parte de Walter Gutiérrez), sino también con una campaña eficacísima. Su imagen sonriente y con las manos suplicantes, en gesto benigno, acompañada de frases curiosamente no incendiarias, sino simples y cargadas de contenido contribuyeron a hacerlo menos siniestro a ciertos sectores de la población.  El manejo del color también fue proficiente: celeste en lugar de telurismos rojos que ya no llaman la atención (sino pregúntenle a la chomba colorada de MIA). Claro está que los exabruptos del candidato solían frecuentemente contrarrestar los efectos de su campaña. Pero al parecer se supo aconsejar por personas provenientes (¡oh sorpresa!) no de Pukallakta ni del Etnocacerismo, sino de las campañas de Peruanos por el Kambio y de Julio Guzmán en el 2016, que acabaron ayudándolo.  Dejarse aconsejar es también una gran virtud en una campaña. Y parece que, para variar, Ísmodes carecía también de ella.

La inorganicidad de las instituciones:

En un artículo reciente, Mabel Cáceres insinúa que el «clasismo» de los cucos de siempre de la minúscula progresía regional (la Cámara de Comercio, la San Pablo y el Arzobispado)  y su supuesto apoyo a Ismodes podría haber llevado «al pueblo» a votar por Cáceres Llica. En fin: es muy probable que Ísmodes sea más querido en Ciudad de Dios que en la Cámara de Comercio.

Por otro lado, en el ámbito eclesial —y me consta también por experiencia propia— no se dio ninguna consigna de voto y yo, modesto profesor de filosofía de futuros curas, fui consultado en innumerables ocasiones al respecto. Si la Iglesia hubiera hecho «campaña», la cosa hubiera sido muy distinta, pero la Iglesia no está para eso.

Ahora, es cierto que algunos sectores empresariales reflexivos y figuras católicas liberal-conservadoras, alrededor de 2002 y 2005, ante la posibilidad del temido triunfo del «antisistema», pensaron en formas de generar mecanismos, no de «clasismo», sino todo lo contrario, de diálogo entre sectores sociales y políticos aparentemente opuestos en aras de explicar la necesidad de un desarrollo orgánico y conjunto de la región, de acuerdo a la vieja tradición interclasista y regionalista de Arequipa (vg.: iniciativas como el CARA, que juntaron en la misma mesa al FACA y a la Cámara de Comercio, con resultados bastante gratos). Pero, ¿qué ocurrió? Cuando le pareció al sentido común economicista que los diez años de crecimiento económico y la «sofisticación» del electorado arequipeño que ahora votaba por PPK habían alejado el espectro del antisistema, se bajaron las guardias, cada quien veló por sus propias crisis y toda visión colectiva se perdió, y ahora hemos acabado con un candidato más radical que los Luis Sarayas o los Felipes Domínguez de otrora y, lo que es peor, extremadamente lamentable en un nivel moral y humano.  Por otro lado, el crecimiento económico y demográfico de la ciudad ha complejizado el escenario social a un nivel incomparable a la urbe todavía «vecinal» de 2004. En ese sentido, la capacidad de ejercer orgánicamente liderazgos y de servirse de correas de transmisión de visiones del mundo u horizontes de acción determinados a distintos sectores sociales se hace más difícil.

El anestesiamiento moral de la opinión pública:

No es, como escribió alguien por ahí, que en la «cultura quechua» la violación sexual sea relativizada. No lo sé y, sinceramente, no lo creo. Lo que sí creo es que Cáceres Llica tuvo mucha suerte. La catarata de denuncias contra los políticos a todo nivel en los últimos meses–incluidas la violación sexual entre otros desastres- termina por generar un efecto anestésico en la población, especialmente cuando esas denuncias y linchamientos mediáticos tienen matices de direccionamiento político. Así, la gente acaba por decir: «¿Será cierto eso? ¡Si lo dicen de todos los políticos!». Por otro lado, la baja penetración de los medios televisivos, especialmente regionales, y la general indiferencia de la población tanto a las alharacas mediáticas como a  la «información periodística» hizo que a Cáceres Llica no le pase ni lo que le pasó en Lima a Reggiardo (que perdió por no ir a un debate) ni a Urresti (cuya baja catadura moral, machacada por los medios luego de que las últimas encuestas antes de la elección lo favoreciesen, generó un vuelco en los últimos días de campaña).

La «xenofobia»:

Hace algunos meses fui a dar una charla sobre ética y política en el salón parroquial de la parroquia de cierto distrito periférico azotado recientemente por el tráfico de terrenos y la urbanización ilegal. A la hora de las preguntas, la inquietud fundamental era «el problema de los venezolanos». Aunque pueda parecer difícil de comprender para algunos, la inmigración masiva ha generado una perplejidad indignada especialmente en las clases trabajadoras vinculadas a la informalidad. Si a esto se le suma el sempiterno antichilenismo, pues no debe extrañar que los principales eslóganes «xenófobos» de Cáceres Llica hayan caído en tierra fértil.

El favorecimiento de ciertas viejas redes clientelares:

Para nadie es un secreto que en el último mes de la campaña, diversas figuras cercanas a redes clientelares-aparatos logístico-políticos o mafias, como queramos llamarlas, asociadas a políticos, se movilizaron en favor de Cáceres Llica. Parece ser que desde 2014, nadie gana si no tiene el visto bueno de un político ya establecido y que los cargos tienen algo de hereditarios.  Qui potest capere, capiat.

En conclusión, Cáceres Llica no es ni una sorpresa ni un outsider ni un «líder amado por el pueblo». Es simplemente una consecuencia de décadas de despanzurramiento político, institucional y moral.

Salir de la versión móvil