Juan Pablo Olivares
“¡Estamos listos!”, grita un nadador, mientras sus compañeros se forman uno al lado del otro en el borde de la alberca. Tras el pitido del entrenador, los diez bañistas se lanzan a la piscina municipal Padre José Schmidpeter, ubicada en Alto Selva Alegre.
La piscina tiene una profundidad de 1.40 metros y la temperatura del agua es de 27 grados celsius, ideal para la práctica de este deporte. Bajo el fulgor de una mañana calurosa nos acomodamos en las graderías para observar el desarrollo de las Olimpiadas Especiales, con la participación del grupo de natación formado por personas con habilidades diferentes.
Felicidad y libertad
Los niños y jóvenes empiezan a nadar. Algunos de ellos en estilo libre, otros de espalda y mariposa, pero todos con una felicidad y libertad que se reconoce en cada braceada.
Giovanni Gutiérrez Bobadilla tiene 9 años de edad y a los 3 le diagnosticaron autismo (condición del neurodesarrollo que afecta al sistema nervioso y funcionamiento cerebral). En el agua practica el estilo libre y mariposa y en cada descanso mira hacia las graderías para ver a su abuela Marisol, quien emocionada y atenta contempla el esfuerzo de su nieto.
Giovanni es huérfano de padre y madre. Su abuela se quedó a cargo del pequeño y es la responsable de llevarlo “religiosamente” a sus entrenamientos.
“Mi hijo me pidió que cuide de mi nieto y yo le hice la promesa de que así sería. Lo tengo que apoyar hasta que Dios me dé vida”, confiesa mientras empuña sus manos como un mecanismo de fortaleza para evitar el llanto.
La seguridad, disciplina, sociabilidad e independencia que ha logrado Giovanni con los entrenamientos, la embargan de emoción y la motivan a no tirar la toalla.
Una oportunidad
Al borde de la piscina, Willy Merma les da algunas indicaciones. El entrenador encargado de las Olimpiadas Especiales, confiesa que asumió el reto al observar las diferencias de oportunidades que existen entre los deportistas sin discapacidad y los que viven con alguna dificultad.
“Los chicos pueden aprender a nadar con las mismas técnicas de los nadadores convencionales. Sólo debemos desarrollar un proceso diferente y en un tiempo determinado”, explicó Merma.
Experiencia y conexión
Desde temprano, Julio, un joven con síndrome de Down, prepara su mochila con la gorra de natación, traje de baño, toallas y sandalias. Lleva más de dos años en el club, pero la emoción lo desborda durante cada práctica como si fuera la primera vez.
En Olimpiadas Especiales casi el 70 % de las personas que integran el equipo tiene síndrome de Down, pero también hay personas con autismo y retraso mental.
“Los chicos tienen una experiencia grata y feliz. Se busca que tengan una conexión con el agua, si se consigue ello, estamos cumpliendo con el trabajo”, asegura Merma.
“Estos entrenamientos le cambiaron la vida, le han ayudado a desenvolverse con más seguridad e independencia”, cuenta Concepción, la madre de Julio, mientras le alista la ropa de repuesto.
Grupo invisible
En el Perú existen más de 3 millones de personas con alguna discapacidad. Y aunque no existe una estadística precisa, se estima que cerca de 18 mil son diagnosticados con síndrome de Down.
Dentro del colectivo de personas con discapacidad, las que padecen este síndrome son el grupo más invisible para el Estado y la sociedad.
Esto se debe, según Orfelia Zanabria Cáceres, presidenta de la Asociación de Síndrome Down de Arequipa, a que la discapacidad intelectual demanda una educación con apoyo del Estado, adaptaciones y recursos con los que no se cuenta.
“El presupuesto del Estado contempla sólo el 1 % para la discapacidad. Pero los gobiernos regionales no han invertido ese dinero o no se conoce en qué se gasta”, cuestionó Zanabria.
Reto y derechos
Orfelia Zanabria lamentó que aún exista marginación y prejuicios en torno a las personas con síndrome de Down, pues muchos creen que no pueden aprender o que son eternos niños, por ende, tienen menos acceso a la educación.
En ese contexto, el deporte y en especial Olimpiadas Especiales, son un espacio que permite que hombres y mujeres con discapacidad se unan al equipo para desarrollarse.
El deporte (natación) no sólo les ayuda en la parte cognitiva y del aprendizaje, también les otorga un espacio donde son plenos, donde se sienten importantes y útiles para la sociedad.
Se empoderan y descubren sus habilidades. “El deporte es un reto para ellos y también es un derecho”, asegura Zanabria.
Mientras los nadadores se toman un descanso, Orlando, un joven con autismo me pregunta dónde saldrá el reportaje. Le doy el nombre del medio, pone cara de extrañeza y luego se lanza nuevamente a la piscina.
“Fui muy feliz cuando aceptaron a mi hijo en el club, porque en otros lugares y colegios sentimos la desigualdad y marginación. Ahora, Orlando es feliz”, narra Miriam Tapia, su mamá.
Tanto Giovanni, Orlando, Julio y los demás integrantes seguirán luchando y nadando por abrirse un espacio en el deporte y la sociedad. No se rinden y no tienen por qué hacerlo. Vale la pena verlos y contagiarnos de su voluntad y entusiasmo, porque son una lección de vida para quienes, sin tener alguna discapacidad, en ocasiones nos sentimos limitados para superar los problemas.