Una historia de oro en Arequipa

Aunque breve, este periodo tuvo mucho impacto en la actividad comercial de la ciudad

Hacia el siglo XIX, el yacimiento de Huayllura, en La Unión, llegó a producir 6 millones de pesos en oro.

Víctor Condori

En abril de 1831, arribó a la ciudad de Arequipa el médico y botánico alemán Franz J. Mayen, a la cabeza de una expedición científica procedente del reino de Prusia, y se quedó algunos días en esta ciudad.

Luego de recorrerla completamente, llegó a la conclusión que Arequipa era “una de las más bellas ciudades de América del Sur” y, no obstante parecerle un tanto pequeña en comparación a Lima, le sorprendió su gran actividad comercial, desarrollada tanto en calles y tiendas como en su plaza principal.

Todo este movimiento comercial, según especuló, se debía a los aportes de las ricas minas de oro de Huayllura, las cuales en dos años de trabajo, contaba Mayen, “han producido anualmente una cantidad de oro de 2 millones de piastras y, al presente, aún se extraen algunas libras de oro cada día”.

El yacimiento minero de Huayllura se encuentra en el actual distrito de Sayla, provincia de La Unión.

Huayllura y la ‘fiebre del oro’

El asiento minero de Huayllura se encuentra ubicado en un páramo abandonado del actual distrito de Sayla, en la provincia de La Unión, departamento de Arequipa, a 4330 m s. n. m.

Fue descubierto en 1827 por Juan Ángel (Angelino) Torres, un soldado desertor, natural de dicha provincia.

En la época de su mayor auge (1827-1830), este yacimiento estuvo conformado por las minas de San Román, Santa Rosa, San Antonio, Quele Patria, Copacabana, San Gregorio, Napoleón, Santa Eulalia, Trinidad, Santa Bárbara, Rosario, Ccoricancha, Espíritu Santo, Cruz de Mayo, San José, Concepción, San Jorge, San Luis, Jesús María, Los Ángeles, Bruno Mota, Carmen, Tenorio, Egocheaga, Alvarado, Tajo o Carpera, Tasta-haycu, Cahuitones o Quispi-huamán, Supa-ccota, Humapauciri y Pabellones.

En la época de su mayor auge (1827-1830), el yacimiento de Huayllura estuvo conformado por 30 minas.

Aunque las primeras minas trabajadas correspondieron al lugar llamado Pabellones, el verdadero boom aurífero se produjo en 1829, cuando se descubrió la fabulosa mina de Copacabana, que llegó a producir nada menos que 600 000 pesos en oro apenas iniciada su explotación.

La razón de esta notable producción fue la presencia de abundante metal dorado en estado macizo, es decir, “de cinco partes de mineral, cuatro eran de oro puro”. Como si fuera poco, en los siguientes dos años, el asiento de Huayllura llegó a producir nada menos que 6 millones de pesos en oro. Tal cifra era impresionante si la comparamos con la producción de plata de todo el departamento, que por aquellos años apenas sobrepasaba los 10 000 marcos, es decir, el equivalente a unos 70 000 pesos.

Esta singular fiebre de oro arequipeña estimuló una masiva migración de mineros, campesinos, aventureros y oportunistas a la zona, quienes en pocos años llegaron a incrementar la población del asiento hasta alcanzar los 14 000 habitantes.

Para tener una idea del tamaño de esta población, diré que en esa misma época la ciudad de Arequipa apenas alcanzaba los 30 000 habitantes. Así, en pocos años, la masiva circulación de oro convirtió a Huayllura en el centro de un activo comercio que terminó por vincular económicamente toda la región. Desgraciadamente, y como ocurre con frecuencia en lugares distantes como este, sin orden ni ley, el asiento minero se transformó también en teatro de las discordias y escenas trágicas, “debidas a la codicia de los exploradores”.

Antonio Raimondi visitó estas minas en 1865.

Creación de La Unión

Como era de suponerse, los numerosos y ruidosos desórdenes en este remoto centro minero tarde o temprano llamaron la atención de las autoridades políticas y judiciales, llámese prefectos, subprefectos, jueces y fiscales.

Además, debido a lo confuso de los límites provinciales y distritales en nuestros primeros años republicanos, entraron en franca oposición las competencias de los subprefectos de Parinacochas (Ayacucho) y Chuquibamba (Arequipa).

Esta singular fiebre de oro estimuló una masiva migración de mineros, campesinos, aventureros y oportunistas, quienes en pocos años llegaron a incrementar la población del asiento minero hasta alcanzar los 14 000 habitantes.

Y empeoraban las cosas si se entablaban litigios judiciales, en vista de que las mencionadas provincias dependían de dos cortes judiciales distintas: Chuquibamba, de la corte de Arequipa, y Parinacochas, de la del Cuzco. En ese sentido, como los jueces “ignoran el modo de proceder en esta clase de negocios”, la única solución fue buscar un centro común.

Tal vez esta haya sido una de las razones que llevaron al presidente de entonces, Luis José de Orbegoso, a la creación de una nueva provincia en el departamento de Arequipa, La Unión, el 4 de mayo de 1835.

En el artículo 3 del respectivo decreto supremo se establecía que esta nueva provincia debía estar comprendida por los pueblos de Puyca, Huaynacotas, Visve, Taurisma, Pampamarca, Mungui, Huarhua, Charcana, Anamarca, Huayllura, Alca, Tomepampa, Cotahuasi, Toro, Verlinga, Quechualla y Chaucalla, “todas con sus respectivas comprensiones”. A simple vista, se podría decir que la provincia de La Unión, en la práctica, uniría a los poblados que antes habían pertenecido a Ayacucho, Cuzco y Arequipa.

Lamentablemente, al cabo de pocos años, la explotación descontrolada, el agotamiento de las principales vetas, los continuos derrumbes, la falta de insumos y la proliferación de la violencia llevaron a este yacimiento a la ruina.

El fin de Huayllura

Lamentablemente, al cabo de pocos años, la explotación descontrolada, el agotamiento de las principales vetas, los continuos derrumbes, la falta de insumos y la proliferación de la violencia llevaron al yacimiento de Huayllura a la ruina.

Cuando Antonio Raimondi la visitó en 1865, las minas eran un triste recuerdo de un pasado que se negaba a ser olvidado y, como la mítica ciudad de Troya, Huayllura “solo conservaba el nombre”.

Precisamente, Raimondi narró en sus memorias: “Vi los antiguos y primitivos quimbaletes que emplean todavía para moler mineral, por medio de los cuales un hombre, trabajando todo el día, llega apenas a moler seis arrobas de mineral”. Como solución, sugirió que se podían obtener grandes ventajas reemplazando “este  imperfecto y mezquino método de beneficio con el uso de fuertes máquinas que podrían hacer en un día el trabajo de mil hombres”.

Pero, como ha ocurrido tantas veces en la historia del Perú, estas sabias sugerencias nunca fueron escuchadas y el más fabuloso yacimiento aurífero de Arequipa terminó olvidado por el tiempo y, hasta hace poco, por la historia.

Salir de la versión móvil