Shakespeare en medio de la desgracia

La obra va hasta este 9 de abril en el Centro de las Artes de la UCSP (calle Palacio Viejo 414).

Manuel Rodríguez Canales

Hoy debe salir lo mejor de cada uno de nosotros. Hoy se hace mucho más evidente, si cabe, que quejarse o criticar sin buscar soluciones no sirve de nada. Nunca. Hoy también vemos lo peor del ser humano: gente lucrando con la sed, gente vendiendo su producto político. Pienso que no deben ser noticia, que se queden en la nada que son,
suficiente castigo es su propia estupidez.

Hoy debemos hacer lo que hacemos lo mejor posible. Donar, distribuir, ayudar, comunicar es urgente. Pero también lo es animar, ser bondadosos, esforzarse por dar lo mejor donde a cada uno le toca. No todos ni siempre podemos llevar ayuda a los directamente afectados, pero siempre podemos contribuir a crear un clima de serenidad, de amabilidad y cortesía. Y, sobre todo, siempre podemos orar por las personas que sufren, por los que quedaron solos, por los que partieron, por los que se han quedado sin nada.

Hamlet hoy

¿Por qué comentar un Hamlet en medio de la grave situación del país? ¿No es expresión de frivolidad o cierta erudita afectación desconectada de la realidad? No lo es. El arte es indispensable siempre. En la bonanza para no olvidar las desgracias, en las desgracias para no perder la esperanza.

Y sobre todo lo es cuando es de verdad arte, como esta puesta en escena que voy a comentar. Lejos de disfuerzos, con honestidad de gente que ama lo que hace, el ‘ser o no ser’ de la gente de IntegrArte nos devuelve a lo esencial de esta vieja catarsis, este rito ancestral, esa especie de éxtasis que ocurre cuando un actor lanza un texto a un grupo de personas que llamamos público.

A mano alzada

Condensando todo en el drama humano del célebre príncipe de Dinamarca, la puesta en escena dirigida por Mauricio Rodríguez-Camargo, un querido exalumno y amigo, realmente conmueve, traslada, concentra, te cambia un poco el alma. El tono es farsesco, extravagante; pero muy fino a la vez.

Es teatro de mano alzada, vestuario simple, cuatro trapos, dos palos y una corona de cartón (como son al final todas las coronas, en eso es muy realista). Tiene la lógica del juego en el que los cuerpos se convierten en árboles de un bosque tenebroso, en paredes que todo lo escuchan o capiteles mudos de un palacio barroco.

Tiene la profunda belleza de lo simple, eso que te dice que Shakespeare, Moliere, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Lope, Calderón o Tirso, Garrick, Ionesco, Beckett, Brecht, Pirandello o cualquiera, se puede hacer entero con nada más que un espacio sin nada peculiar, una voz bien modulada, un cuerpo dispuesto, tiempo y cariño por lo que hacemos.

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