Semana Santa: un acto de fe

El triduo pascual convoca a cientos de miles de fieles en todas las iglesias de Arequipa.

P. Gianfranco Castellanos
Capellán UCSP

Toda la Semana Santa rememora este acto amoroso de Jesús, que nos habla del infinito amor de un Dios que muere por salvar a los hombres. Este acontecimiento hace que la lógica humana pierda el rumbo: ¿cómo puede morir Dios por los hombres?, ¿por qué muere un justo por los pecadores?, ¿cómo un acto realizado hace más de 2000 años puede tener valor para los hombres de hoy? Intentaremos responder a estas interrogantes.

¿Dios puede morir?

La respuesta es no y sí. No en cuanto que Dios es, por definición, eterno. Para poder morir tendría que ser temporal; y eso es fundamentalmente lo que mueve a Dios a encarnarse.

Al asumir nuestra humanidad nos ha unido a Él, de forma que sin dejar de ser Dios verdadero se hace verdadero hombre y puede morir por nosotros para saldar el precio de nuestra deuda infinita con Dios, a causa del pecado original. En el Gólgota, Jesús exhaló el espíritu luego de haber padecido indeciblemente a manos de los romanos, que lo sometieron a ultrajes excesivos para cualquiera.

A los tormentos físicos se le sumaron el abandono de sus amigos (solo Juan estuvo al pie de la cruz junto con María); las acusaciones más injustas; el desprecio de los que lo habían aclamado unos días antes como rey; la soledad, y el no sentir, incluso, la presencia de Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

No quiso dejar de sufrir nada de lo que cualquier hombre sufre, para hacerse solidario con toda persona que padece.

¿Justo por pecador?

¿Por qué dar la vida del hijo por la del esclavo, la del justo por la del injusto, la del Señor por la del siervo? No es justo. Pero para Dios está claro que la justicia es superada por una lógica que excede la nuestra, y que se enmarca en la lógica del amor.

Dios nos ha amado antes de que nosotros lo amemos. Nos ama por lo que somos, no por lo que hemos hecho. Y es por eso que uno de los amores que usamos para comparar el amor de Dios es el de una madre por su hijo: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré”, nos dice el libro de Isaías.

¿Y qué con mi vida?

¿Cómo este acto de amor tiene alcances hoy en mi vida? La respuesta: a través de la Liturgia, que es la actualización de la acción de Cristo en el tiempo. Es por medio de ella —principalmente por los sacramentos y de manera especialísima por la Eucaristía—que los efectos de los actos de Cristo en la Pascua alcanzan a todos los hombres que los reciben.

En la Eucaristía hacemos ‘memorial’ del sacrificio de Cristo —lo cual no significa que se haga de nuevo, sino que se extiende en el tiempo, se actualiza, pues el sacrificio de Cristo es único y para siempre— y de su resurrección —la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo resucitado y glorioso—. Y es la resurrección de Jesucristo lo que recordamos en la Pascua, de manera especial en la Vigilia Pascual.

Nos narran los evangelios que cuando las mujeres van de madrugada al sepulcro, lo encuentran vacío. No hay muerto, no hay cuerpo, no está más ahí. ¿Qué ha sucedido durante la noche? Resucitó.

Creer en Jesús resucitado hace no solo que podamos adecuar la propia vida a un hecho, sino también a una persona que está viva y con la que me puedo relacionar, buscando adherirme diariamente a sus pensamientos, sentimientos y actitudes. Celebrar la Semana Santa y la Pascua es ante todo, para quien cree, un acto de fe, que ciertamente ayuda a afianzarla y hacerla crecer.

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