Sacudida evangélica

En Siria, los cristianos saben que la esperanza cristiana no falla, así lo asegura la madre Guadalupe

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo

Sobre Siria y la guerra hay mucho que decir y casi más que desdecir. Pero vamos a ser buenos y evitaremos exigirnos el imaginar que los ‘rebeldes’ son terroristas y que el ‘totalitarista’ es el legítimo presidente por el que la gente sale a las calles a marchar, en su favor y no en su contra. Vamos a ser buenos y evitar esos temas porque vamos a hablar de una monjita, la madre Guadalupe, quien ha vivido 20 años en Medio Oriente y en Alepo prácticamente toda la guerra de Siria.

La semana pasada, unos pocos pudimos gozar de su presencia y su testimonio en Arequipa y gracias a ella todos los que cómodamente nos llamamos cristianos gozamos de una justa conmoción digna de un solo nombre: sacudida evangélica.

El horror

La madre nos mostró el horror que se vive en una ciudad en guerra, y el horror aún mayor que viven los cristianos en las guerras contra el terrorismo llamado primavera árabe, rebelión popular sunita, yihadismo o Estado Islámico. Cuando estos grupos invaden un barrio destrozan todo a su paso, pero siempre haciendo una clara distinción: a los musulmanes que se opongan, balazo; a los cristianos, tortura.

En el mejor de los casos, a lo que se enfrenta un cristiano por el hecho de serlo es que lo degüellen rápidamente. Sino, el destino seguro es la tortura pública y la posible desmembración en aras de su renuncia a Jesucristo, nunca lograda.

Cristo

Pero la madre no venía indignada ni con el afán de realizar una denuncia política. La calma que se apreciaba en su semblante cada vez que nos exponía una de las demostraciones de barbarie más inimaginable posible nos iba preparando para lo que era la tesis de toda su exposición: seguir a Cristo es seguirle en el Calvario, es ser perseguido.

Y también que la persecución no es el problema, porque no hay que temer a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede matar el alma, es decir, al que puede hacer que, por un plato de lentejas, acabemos renunciando a Jesucristo y la Vida Eterna: ya formalmente, ya en la burguesía del día a día.

Cuando las antiguas conocidas de la monjita le cuestionaban a su madre en Argentina que dejara a su hija ir a un sitio tan peligroso, solían preguntar: “¿No te da miedo que se vaya ahí? ¡Se puede morir!”. Y ella respondía: “Y a ti, ¿no te da miedo que tu hijo se pierda cada fin de semana en borracheras? ¡Te aseguro que mi hija puede acabar muerta, pero el tuyo ya lo está!”.

Y es que el testimonio de esta consagrada es claro: el anhelo del Cielo te regala la alegría de saber que, si mañana te mueres mártir, mañana mismo te vas a gozar de la Vida Eterna, y que se acabaron los afanes de este valle de lágrimas.

Heroísmo

Sor Guadalupe, además, nos llenaba de anécdotas hermosísimas que mostraban con claridad el espíritu lleno de vida de aquellos cristianos perseguidos que diariamente se enfrentan a la muerte.

Por ejemplo, Bruno, un niño que cuando le preguntan si tiene miedo al martirio responde: “Pero mira a Jesús. Con todo lo que ha sufrido por nosotros, ¡algo tendremos que sufrir por él!”; una alumna que, ante una alarma de ataque, sale corriendo de su residencia con libros de texto bajo el brazo y al preguntarle responde: “Es que si no nos matan hoy, yo el lunes tengo que dar un examen.” No son estas las respuestas de gente alejada del mundo que, en una especie de alienación fundamentalista, se olvida de este mundo por el anhelo de un paraíso irreal.

Estas son las respuestas de cristianos que, con el justo anhelo de servir y crecer en este mundo, tienen su mirada puesta más allá de él. Y si bien fueron solo unas horas las que pudimos gozar de este tremendo testimonio, que no es posible plasmar en su plenitud aquí, es evidente que dejó la huella profunda y suficiente para poder llegar a lo que, con toda seguridad, era la tesis subyacente para nosotros, los que no vivimos entre guerras: el amor a Jesucristo siempre produce enemigos que si no combaten de modo físico lo hacen de modo espiritual; pero la esperanza cristiana no falla, y esta consiste en que tenemos una morada en el Cielo que nos aguarda. Por tanto, si en medio de la tribulación se puede ser feliz, ¿cómo no serlo en todo momento?

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