¿Quién eres, Espíritu Santo?

Con la fiesta de Pentecostés, el calendario litúrgico católico le pone fin al tiempo pascual.

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo

Ya se termina el tiempo pascual y este domingo llega Pentecostés, y con esta solemnidad, la promesa del Espíritu Santo, con sus dones y sus frutos. Esta, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, es quizá realmente la Persona Divina con la que menos nos relacionamos, y para acercarnos un poco a Él resulta más que conveniente recordar cuáles son sus dones y sus frutos, y la diferencia que existe entre unos y otros.

¿Quién es?

El Espíritu Santo es llamado por Jesús el Paráclito, que significa ‘defensor’, «el que les guiará a la verdad completa». Si bien la plenitud de la Revelación nos ha llegado por medio de Jesucristo en la plenitud de los tiempos —después de que el Padre dispusiese una pedagogía de revelación paulatina desde Abrahán hasta San Juan Bautista—, esta verdad ya plenamente revelada requería del Espíritu Santo para que, habitando el corazón de los fieles que Dios había predestinado desde el principio, fuera consolidada en el intelecto y la voluntad de sus hijos. Es decir que con el Hijo llega la plenitud de la salvación, y con el Espíritu Santo, el don de ser parte de la misma.

Sus dones

Básicamente en eso, en gozar de la bienaventuranza desde este mundo, consisten los dones del Espíritu Santo, que son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor al Señor. Estos dones son las gracias que el Paráclito da para ‘defender’, en sentido amplio, a los hombres. Muchos vieron a Jesús y escucharon sus palabras; pero sin sabiduría no le creyeron; sin entendimiento no le comprendieron; sin consejo dirigieron a otros al error; sin fortaleza sucumbieron a la persecución; sin ciencia no defendieron su fe; sin piedad no llevaron a Cristo a sus corazones, y sin temor al Señor fueron arrojados al fuego eterno, pues este último don engloba a todos los anteriores.

Entonces, no es cosa pequeña saber si uno mismo posee o no estos dones. Si de ellos puede depender la veracidad de mi vida y hasta mi salvación, es, cuanto menos, necesario tener algún método certero para poder examinarme y saber si tengo o no al Espíritu Santo dentro de mí.

Como los nombres de los dones son términos amplios, fácilmente interpretables, y podría un musculoso fortachón pensar que posee el don de la fortaleza cuando ante la primera adversidad reniega de Dios, es para eso que están los frutos, pues «el árbol se conoce por su fruto». ¿Quieres saber si posees los dones? Evalúate en los frutos.

Frutos

Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad. Con esto a la mano, es más fácil: ¿quieres saber si eres verdaderamente piadoso? Mira más bien si tienes todo esto, porque el manzano da manzanas y el Espíritu Santo da estos frutos y se reconoce por ellos.

Y no es que a cada don le correspondan ciertos frutos. Es un solo Espíritu Santo y, por tanto, o se le tiene entero o no se le tiene. No se puede dividir. No es que tengo ciertos dones y otros no. Podré tener unos más desarrollados que otros, pero o todos se dan en mí o ninguno se da realmente.

E igual con los frutos: el plátano, por ejemplo, ¿es la cáscara o la pulpa? No crecen en el árbol pulpas solas ni cáscaras vacías, y si lo hicieran no serían plátanos, sino, justamente, cáscaras vacías. Pues con el Espíritu Santo, igual: la totalidad del Paráclito que se nos presenta este domingo posee la totalidad de sus dones y de sus frutos. Pidamos, por tanto, al Señor los dones y evaluemos si en nosotros se dan los frutos para mayor gloria suya.

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