¿Qué rol cumplió Arequipa frente a la Independencia?

Tanto el patriota Sucre como el mismo virrey La Serna, cuestionaron su escasa colaboración a una y otra causa en disputa.

Víctor Condori
Historiador

La Independencia en Arequipa fue jurada de forma entusiasta el 6 de febrero de 1825, tres años y medio después del ingreso de José de San Martín a Lima y luego de su reconocimiento en la imperial ciudad del Cusco.

Una realidad tan incuestionable como esta, ha servido de argumento a ciertos historiadores para reflexionar y juzgar el carácter político de la ciudad y su actitud frente al proceso emancipador. Estas reflexiones concluyeron en calificativos para Arequipa y sus habitantes, como una ciudad “goda”, “realista”, “fidelista” y defensora de la “sagrada” institución colonial.

Un pragmatismo muy oportunista

Sin embargo, nuevas investigaciones nos proporcionan una imagen diferente. Así, consideramos que este realismo o fidelismo, fue más bien interesado y la aceptación del régimen español no puede ser vista como una identificación plena con la monarquía española, sino más bien, como una necesidad para la conservación de los intereses y propiedades ganadas durante el régimen colonial.

Si este interés impelía a los arequipeños a defender el sistema español, lo hacían, pero dentro de las limitaciones que establecía su propia capacidad de sobrevivencia, y cuando las autoridades intentaban sobrepasarla, ellos respondían con dilaciones o negativas.

Por esto, fue bastante frecuente encontrar en los documentos de la época, por un lado, elogios excesivos al espíritu cívico de la población arequipeña y por el otro, reproches y hasta condenas a la exigua colaboración o ‘egoísmo criminal’ de esta misma población.

Por ejemplo, en abril de 1823, el general Jerónimo Valdez dirigió una carta de agradecimiento y despedida al Cabildo de la ciudad de Arequipa, luego de permanecer cerca de dos años en el cargo de comandante de los ejércitos reales de esta provincia.

Allí expresaba su eterno respeto y gratitud, “por haberlo auxiliado eficazmente, desde que tomó el mando militar de las tropas de esta provincia, proporcionándole cuanto necesitó en todos los ramos”.

Pero un mes después, su reemplazante, el brigadier José Carratalá, amenazó al Cabildo arequipeño por su indolencia y nula cooperación al señalar que “de no hacerlos efectivos los pedidos de caudal y carnes necesarios a la subsistencia de las tropas de su mando, se verá precisado a abandonar esta capital, contra todos los sentimientos de su interés a defenderla”.

General Antonio José de Sucre, ocupó la ciudad de Arequipa en 1823.

El general Sucre

Mucho más desconcertante y conmovedora fue la experiencia vivida por el general patriota Antonio José de Sucre, quien ocupó la ciudad del Misti desde el 31 de agosto de 1823 por 39 días.

En este breve tiempo, el joven militar venezolano ‘disfrutó’ de todas las bondades que el oportunismo arequipeño pudo ofrecer. Un mes después ese apacible ánimo progresivamente pasó de la algarabía hasta la turbación más absoluta.

El día de su ingreso a la ciudad, Sucre agradeció complacido a la población por el “entusiasmo que ha manifestado este benemérito vecindario, a la llegada del ejército libertador”. Una semana después, ese tono jubiloso se fue convirtiendo en reclamo: “Después de agotados los medios de suavidad para excitar el patriotismo de este vecindario, a socorrer las tropas libertadoras, apenas se ha producido un miserable donativo que a nada alcanza, me veo colocado en el terrible conflicto de ocurrir a otras medidas”.

¿Qué había sucedido? Erróneamente, Sucre creyó que su recibimiento casi apoteósico se traduciría en generosos donativos y al no llegar estos con la prontitud y cantidad esperada, la frustración y la rabia hicieron su aparición y se tradujeron en reclamos al ayuntamiento arequipeño.

Un mes después, el 7 de octubre y ante la presencia del ejército virreinal, tuvo que abandonar la ciudad, sin haber obtenido demasiado. En ese momento, el general Sucre pudo contemplar perplejo el cambio de los sentimientos de la población en su contra, en comparación a su ingreso.

Según relata el coronel inglés Guillermo Miller: “Antes de que Sucre saliera de la plaza, algunos individuos del clero y otros de la municipalidad que habían hecho grandes protestas de patriotismo, hicieron replicar las campanas en celebridad por la entrada de los realistas y al mismo momento sacaron desde un balcón el retrato del rey Fernando”.

Las mismas personas que habían dado muestras de un ‘espontáneo’ patriotismo al ingreso de las fuerzas de Sucre, un mes después exhibían sus mejores sentimientos monárquicos, frente a los ejércitos del rey que ingresaban a la ciudad.

Todo un ejemplo de oportunismo político mostrado por la población arequipeña, que sin embargo, no pasó inadvertido para la célebre pluma del mayor de todos nuestros tradicionalistas, Ricardo Palma. Siendo registradas en su monumental obra con los títulos Un general de antaño y La maldición de Miller.


José de la Serna, último virrey del Perú.

La Serna

Ahora, podríamos pensar que un espíritu de colaboración tan exiguo (como el mostrado por los arequipeños durante la ocupación colombiana), estuvo reservado solo para las fuerzas patriotas, que al fin y al cabo, se presentaban como intrusas al mundo local. Pero no fue así, el propio virrey La Serna en una carta dirigida al intendente de Arequipa en 1823, le expresaba su profunda molestia con los habitantes de la ciudad, “Quienes miran con indiferencia las disposiciones de este gobierno para reunir fondos, quienes, con llorar pobrezas, falta de numerario, obstrucción del comercio, unos a otros se han retraído de dar los auxilios que se les ha exigido”.

Sin embargo, al no presentarse variación alguna en aquella actitud poco colaboradora, un año después, los reiterados reproches del virrey se hicieron cada vez más graves, “Cuando considero que este miserable comercio (Cusco), ha contribuido en tres ocasiones con más de 50 000 pesos, me asombra y admira que ese de Arequipa, que por título alguno puede compararse con el de Cusco, tenga tantas dificultades para dar 30 000 pesos y esto a la verdad no puede proceder de otra causa que de un egoísmo criminal”, afirmó.

La aceptación del régimen español no puede ser vista como una identificación plena con la monarquía española, sino más bien, como una necesidad para la conservación de los intereses y propiedades ganadas durante el régimen colonial.

Y siguiendo la misma línea del general Sucre, el virrey pasó de las protestas más encendidas a las amenazas, “Todos los que al recibo de esta, no hubiesen entregado a estas cajas reales la cantidad que se les designó, se les notifique que si en el término de 24 horas, de hecha la notificación se les embarguen los efectos a cubrir la cantidad, más un tercio y el que ocultase los efectos y se resistiese al pago dispondrá que en calidad de preso pase a la isla de Chuchito”.

 

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