Post mortem: Retratos que miran a la muerte

Los retratos post mortem de Emilio Díaz pueden ser apreciados hasta el 6 de junio en la galería del Centro Cultural Peruano Norteamericano.

Geraldine Canasas Gutiérrez

El último retrato del difunto o la foto para la eternidad. En esto consistía el retrato post mortem, técnica que nació poco después de la invención de la fotografía, en 1839, y que cumplía el deseo de aquellas personas por querían retratarse al lado del ser querido en el lecho de muerte.

Motivación

Hablar del deceso de un familiar es un tema que colinda con la sensibilidad de aquel que evoca recuerdos de esa persona que ya no está entre nosotros, pero fotografiarla es subir un escalón más en esta tertulia. ¿Qué les motivó a retratar a sus parientes fallecidos? ¿Existió algún tipo de morbo detrás de estas escenas?

Si nos remontamos al siglo XIX, podemos encontrar avisos de servicios fotográficos que incluían la alternativa de retratarse junto al familiar muerto. Para la época, esto no era escandaloso, ya que nuestro país se acomodaba a la nueva moda impuesta por Europa. Era una cuestión de gustos.

Y Arequipa no fue ajena a esta tendencia; muchas familias en la ciudad contrataron este singular servicio, aunque las fotografías post mortem no eran accesibles para todos, sino para aquellos que podían pagarlas, es decir, para las familias acomodadas.

Un especialista en esta práctica fue el arequipeño Emilio Díaz, quien no solo jugó con los escenarios mortuorios, sino también con la luz. Esto se observa en sus retratos que muestran, por ejemplo, el rostro de un padre resignado cargando en brazos a su pequeño hijo, o a un párvulo rodeado de flores en pos de redención.

Otro aspecto que contribuyó a que la gente optara por estos servicios fue la alta tasa de mortalidad debido a enfermedades como el cólera, la tisis o la fiebre amarilla, males que azotaban con frecuencia a muchas familias.

Puede parecer macabro, pero en ese escenario la gente estaba muy familiarizada con la muerte y convivía con la posibilidad latente de perder a un pariente o un amigo inesperadamente; por ello, el morbo queda descartado.

Contemplación

Si observamos con detenimiento las primeras fotos post mortem, estas eran simples. Bastaba fotografiar al féretro y a los familiares acompañándolo. Con el tiempo, la temática cambió, se exigían más detalles para realzar el escenario, para rellenar ese vacío constante.

Entonces, el féretro fue reemplazado por sillas, camas y muebles; algunos prefirieron hacer las sesiones en los patios o los salones donde el que partió había pasado sus últimos días y, si esto era insuficiente o poco llamativo, siempre estaba el estudio del fotógrafo que incluía un montaje mucho más elaborado.

A esta serie de detalles se sumó la simulación, que consistía en retratar al difunto con los ojos abiertos, sentado o en diversas poses. Estas imágenes, con frecuencia, son las más impactantes o perturbadoras.

Como vemos, a pesar de la resignación que causaba este suceso, había un anhelo intrínseco en las personas por eternizar la vitalidad de sus seres más queridos.
Actualmente, pese a que muchos desean ser fotografiados con aquellos que partieron al más allá, las formas han cambiado. La solemnidad de este rito fotográfico ya no existe, pero queda claro que el afán de guardar algún testimonio gráfico de lo vivido es permanente.

 

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