Pokemon Go: de la diversión a la “religión” hay muy pocos pasos

Cada usuario tiene su celular conectado a un sistema que coloca aleatoriamente pokemones en cualquier punto de la ciudad y te avisa si uno está cerca.

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo

He descubierto una nueva religión, y se llama Pokemon Go. Algunos me dirán que no, que es un entretenimiento, pero esta novedad tiene todos los elementos para considerarse más una “religión” que un juego: credo, ritos, reglas y oraciones propias.

Pokepiedad

En tan solo una pequeña pausa en la plaza de Yanahuara verás ingresar al atrio de la parroquia a sus numerosos devotos con la cabeza gacha, orantes, atentos a sus pantallas. Todos con las manos unidas en adoración, sin rosario ni devocionario, sino con sus celulares.

Verás cómo todos se dirigen, sin ingresar al templo, a la puerta cerrada que da acceso al patio interno de la parroquia, como los judíos en el muro de las lamentaciones. Estos nuevos monjes, tras instantes de meditación, regresarán en su místico trance por donde habían venido en un voto de silencio patente. ¡Qué interesante práctica de piedad!

“Credo”

Jóvenes, niños y adultos, hombres y mujeres, lugareños y turistas. Los usuarios de este juego tienen un credo sencillo: los pokemones existen y puedes ir cazándolos por la vida. Cada usuario tiene su celular conectado a un sistema que coloca aleatoriamente pokemones en cualquier punto de la ciudad y te avisa si uno está cerca.

El rito y la moral también son elementales: estés donde estés y con quien estés, lo más importante es atender la notificación y cazar el pokemon con las pokebolas que se consiguen en las pokeparadas.

Sin pokeparadas no hay pokebolas, y sin éstas no hay pokemones, que es de lo que trata el juego. Las pokeparadas son, además, centros de oración. El patio interno de la Parroquia de Yanahuara, por ejemplo, es una pokeparada. Ahí los usuarios van con devota seriedad y, sin persignarse ni alzar la vista al campanario, rezan para proveerse de lo que tanto ansían: una pócima, un huevo, una pokebola y quizás algo más. Los usuarios en teoría ven dónde se encuentran ellos mismos en el mapa de sus celulares, pero la gran mayoría no ve un templo sino una pokeparada.

¿Realidad o ficción?

Puede que realmente se trate sólo de un juego y una moda pasajera que tampoco durará mucho. Eso son las fiebres colectivas: algo efímero que dentro de unos meses quedará en el colectivo global como una anécdota más. Eso, si es sólo un juego más, como los del Play Station o los de la computadora, sólo que éste te obliga a salir de casa y tomar aire fresco en busca de bichos poderosos.

Pero, ¿es eso verdad? Hay algo diferente en este juego que lo hace peligrosamente único: si yo me siento en el sofá de mi casa a jugar un partido de fútbol del FIFA 2016, ese partido es obviamente irreal y no tiene mayor relación con mi vida que la que mi nivel de ludopatía origine. Sin embargo, cuando camino por una ciudad real mientras me cruzo con gente real y mi celular me avisa de cosas reales (un correo del jefe, un whatsapp de la novia, un like en Facebook…) y de pronto aparece una alerta de Pokemon Go que me dice que a pocos metros hay un bicho esperando que lo atrape, ¿quién me dice que eso no es real? ¡Yo lo veo en la pantalla de mi celular!

Esta mixtura de realidad y ficción es, cuanto menos, digna de atención. Si una parroquia ya no es una parroquia sino una pokeparada, si el despertador ha de adelantarse cinco minutos para salir antes de casa por si piensas pararte en el camino al encontrar un pokemon, si además renuncias a tu lonche para comprar más saldo para cazar bichos ficticios, quizás podamos aseverar que lo que hemos conocido es, en su sentido más elemental, una nueva religión. Una donde ya no se liga el hombre con Dios, sino que, al ligar este mundo real con la fantasía de un juego virtual, se devalúa lo divino a lo lúdico.

Al final, si le damos un valor real a lo ficticio, la realidad misma corre el riesgo de tornarse irreal. No vaya a ser que en el intento de atrapar pokemones acabemos siendo nosotros atrapados por esta ilusión.

Salir de la versión móvil