Piratas en Arequipa (1823-1824)

Los corsarios buscaban dinero y bienes para afrontar la guerra de Independencia

Las costas de Arequipa en el siglo XIX sufrieron el ataque de piratas y corsarios

Los mayores perjuicios fueron ocasionados por la nave ‘General Quintanilla’, comandada por Matteo Mainery.

José Condori
Historiador

En los últimos años de la guerra de independencia, luego de la caída de la ciudad de Lima —la costa central en manos de los patriotas y el repliegue del ejército realista hacia la sierra sur—, la situación económica del último virreinato de América se presentaba notoriamente desfavorable a los intereses reales. Esto, debido al incremento del comercio extranjero con las regiones liberadas y también a la desaparición de la flota virreinal en aguas del Pacífico.

En ese contexto, las costas de la intendencia de Arequipa, fueron testigos del surgimiento de las actividades corsarias, con una virulencia desconocida en etapas anteriores y promovidas por los gobiernos españoles de Cusco, la última capital del virreinato y principalmente, de la isla de Chiloé (ubicada en Chile) entre fines de 1823 y mediados de 1824.

Tales actividades navales, perseguían distintos objetivos: obtener sumas de dinero contante y sonante, privar al enemigo de necesarios recursos económicos y acceder a ciertos bienes imprescindibles para el futuro de la guerra, como armas y municiones.

Hasta 1820, estas actividades fueron impulsadas simultáneamente, por los gobiernos independientes de Argentina y Chile y por el gobierno virreinal del Perú, teniendo como escenario el Pacífico sur, donde las mencionadas escuadras competían mutuamente con el objeto de privarse unas a otras de los beneficios del comercio marítimo.

Con la captura de la fragata española Esmeralda y el bloqueo del puerto del Callao en 1821, las mayores ventajas en esta actividad declinaron hacia la armada chilena, comandada por Lord Thomas Cochrane. Este almirante escocés, aprovechando su recién ganada posición, se dedicó a impulsar el comercio británico en desmedro de otros países, como los Estados Unidos.

Este dominio de los corsarios patriotas sobre los españoles, se mantuvo hasta la salida del almirante Cochrane y su armada del Perú en 1822.

Así en los años finales de la guerra de independencia, los corsarios españoles dirigieron sus desesperados ataques de manera irrestricta contra navíos extranjeros, ingleses, franceses y norteamericanos, bajo el argumento de que tales embarcaciones no respetaban la neutralidad o provenían de algún puerto enemigo, por ejemplo, el Callao.

En los últimos años de la guerra de independencia, los corsarios españoles dirigieron sus desesperados ataques de manera irrestricta, contra navíos extranjeros, ingleses, franceses y norteamericanos.

Desde la Isla Chiloé (ubicada al sur de Chile), se dirigían las chacia Arequipa.

El corsario ‘General Quintanilla’

Hasta entonces, los mayores perjuicios fueron ocasionados por el bergantín-goleta española, Nuestra Señora del Carmen alias ‘General Quintanilla’, comandado por el marino y comerciante genovés Matteo Mainery, quien poseía una patente de corso proporcionada por el gobernador de Chiloé, general Antonio Quintanilla.

Este corsario, entre fines de 1823 y mediados de 1824, desplegó su mayor actividad capturando numerosas embarcaciones mercantes extranjeras, a lo largo de la costa sur peruana. Esto se puede comprobar en el cuadro1.

Al tratarse de navíos mercantes que provenían de puertos considerados ‘enemigos’ como Valparaíso o el Callao, todas las mercancías encontradas eran consideradas ‘buena presa’ y en su mayoría enviadas a la isla de Chiloé, y las que no, por orden del virrey José de la Serna, terminaban rematadas en subasta pública. Si no aparecía algún comprador interesado, se entregaban bajo fianza al propietario de la carga o consignatario, para su posterior comercialización en la ciudad de Arequipa.

El almirante escocés Lord Thomas Cochrane impulsaba el comercio británico.

Así sucedió, por ejemplo, con el cargamento del bergantín Bruce, apresado en abril de 1824 por el citado barco corsario. Dicha fianza fue entregada por el influyente comerciante español Lucas de la Cotera, quien dará y pagará a SM todos los derechos del cargamento del Bergantín, a favor del comerciante inglés Santiago Ygualt, responsable de la carga de dicha embarcación.

Barcos capturados por el corsario español ‘General Quintanilla’ entre 1823-1824.

Fecha       Embarcación       Nación
20 diciembre 1823 Catalina Inglaterra
26 diciembre 1823 Federico de Homington Estados Unidos
29 diciembre 1823 Winifred Estados Unidos
7 enero 1824 Swallon Inglaterra
10 enero 1824 Vigia Francia
23 abril 1824 Bruce Inglaterra
18 mayo 1824 Emprendedora y Dianela Desconocida

Últimas correrías

El fin de las fechorías de este buque corsario en aguas del sur del Perú, no podía haber sido de otra manera. Luego de capturar la fragata francesa Vigía en enero de 1824 y tomar de ella los artefactos mercantiles que transportaba, además de la suma de 40 mil pesos en plata, su capitán Mateo Mainery la armó con cuatro cañones para utilizarla en actividades corsarias.

Tamaña osadía, provocó la intervención de la fragata de guerra francesa Diligente, comandada por el capitán Honoré Billard, jefe de la estación francesa del Pacífico, quien logró capturarla a mediados de mayo de 1824. Ello dio inicio a una prolongada controversia entre las autoridades españolas y francesas.

El intendente de Arequipa, coronel Juan Bautista de Lavalle, sostenía que dicha embarcación (General Quintanilla), al actuar bajo protección y bandera del gobierno español, solo podía ser procesada por la justicia española, en consecuencia, debía de entregarse a las autoridades del puerto. No obstante, el marino francés señalaba que debía ser juzgado por las leyes de Francia, al ser las víctimas procedentes de esta nación.

Finalmente, la nave corsaria fue entregada al capitán de La Vigía, en compensación por los daños sufridos mientras Mainery era conducido a Francia para ser juzgado por los delitos de piratería, siendo ejecutado ese mismo año.

Para las autoridades españolas y particularmente el gobierno de Chiloé, se trató de una irreparable pérdida en la medida que el corsariaje representaba la principal fuente de ingresos para uno de los últimos reductos de resistencia española en América del Sur, en vista que, en pocos meses de actividad el ‘General Quintanilla’ había aportado cerca de 300 mil pesos al erario de la isla.

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