Pequeños músicos al pie del Chachani

Orquestina reúne a 30 niños que tocan diversos instrumentos y a 11 niñas que conforman el coro

Geraldine Canasas Gutiérrez

Una larga trocha y una nube de polvo nos conducen al colegio San Juan Apóstol de Villa Cerrillos, una obra de la Asociación Solidaridad en Marcha. En la puerta, nos espera una docena de niños acompañados por algunos profesores y autoridades, mientras otros corren presurosos con sus instrumentos rumbo al auditorio; la hora del ensayo está por comenzar.

Orquestina

Alexander Carreño Fuentes es profesor de arte y música en este colegio. Dirige además un proyecto que con los años ha ido creciendo: la orquestina San Juan Apóstol, compuesta hoy por treinta estudiantes, de 10 a 16 años, y un coro de once niñas, de 8 a 14 años.

Cuenta Carreño que todo empezó con un pequeño grupo de alumnos que tocaban la zampoña y la quena. “Los muchachos gustaban mucho del género folclórico e interpretaban diversos temas sin mayor problema, y observamos que muchos de ellos tenían una clara inclinación musical y que era nuestro deber seguir motivándolos”.

Por mucho tiempo no contaron con los recursos suficientes para adquirir instrumentos, sin embargo, tras una incansable labor realizada por la promotora del colegio, obtuvieron donaciones de batería, bongó, bajo electrónico, guitarras eléctricas, guitarras electroacústicas, cajones, órganos, xilófonos, entre otros, además de diversos equipos que permitían mejorar la calidad del sonido.

“Nuestros instrumentos son valiosas donaciones; nuestros alumnos lo saben y por ello los cuidan y tratan con especial cariño, saben que otros niños también los utilizarán y por ello son responsables exclusivos del uso que les den”.

Por otro lado, y aparte de las nuevas adquisiciones, dos instrumentos son indispensables en esta orquestina. “La quena y la zampoña son infaltables, por ello nuestra primera presentación oficial será un repertorio completo de música regional y andina. Los chicos dominan muy bien este género, así que aprenden mejor y más rápido las notas y acordes”.

Música y compromiso

El bullicio empieza cuando suben al estrado, entre todos se dan diversas indicaciones mientras ocupan sus respectivos lugares. Tres cajones empiezan a sonar al compás de los platillos de una batería y una fila de niñitas menudas con faldas arrugadas y zapatos cubiertos de polvo escuchan atentas las últimas indicaciones de su maestro. “No hagan quedar mal”, grita el muchacho del bajo y empiezan a reírse. Suena el tema Niñachay, de William Luna.

Para Cecilia Luque Bernedo, directora de este centro educativo, el proyecto de la orquestina ha permitido no solo un mejor desenvolvimiento y la responsabilidad de los estudiantes que la integran, sino también una mejor comunicación de los padres con sus hijos y con el colegio, ya que están prestos a colaborar de diversas maneras con estas actividades.

“Imposible negar cómo la música y el estudio de la misma han calado de forma positiva en nuestros alumnos. Ellos salen a las dos de la tarde e inmediatamente se les ve a algunos enrumbando a sus casas para luego volver o sino vemos en la puerta una fila de madres trayendo el almuerzo para sus hijos. Ellos hacen muchos esfuerzos porque, además, participar en la orquestina no tiene por qué perjudicar sus quehaceres escolares, sino más bien mejorarlos”, explica Luque Bernedo.

También reconoce que ha sido un proceso que ha requerido de mucho esfuerzo. “Enseñarles a leer partituras, a manejar el ritmo y el compás ha sido una tarea ardua pero muy pronto dio resultados. Da gusto ver cómo los niños participan, sobre todo por las diversas precariedades que afrontan, ya que no faltan a ningún ensayo. El interés por seguir aprendiendo es grande”.

Pequeños músicos

Tadeo Zapana Villena tiene 11 años y está en sexto grado de primaria, este año acompaña a la orquestina tocando el cajón. “Aprendí muy rápido a tocar el cajón y luego empecé a escuchar música criolla para aprender mejor; pero me gustaría tocar festejo, aunque todavía no hemos practicado ese género”, dice mientras nos demuestra algunas de sus habilidades. Él vive en la zona de Bolognesi, en Cayma, toma dos transportes y se demora tres horas entre ir al ensayo y volver a su casa.

Junior Ayala Salas tiene 16 años, es el único alumno de quinto año de secundaria y toca el bajo electrónico. A diferencia de sus demás compañeros, viene de una familia de músicos. “Mi familia tiene un grupo musical y allí aprendí a tocar, pero aquí aprendo cosas técnicas, las notas y esas cosas. Quiero aprender a tocar mejor y cuando salga del colegio quiero dedicarme a tocar de forma profesional, se lo he dicho a mis padres y ellos me apoyan”, comenta.

Casi en la esquina del auditorio encontramos a Carlos Alberto Turpo Yana, quien toca la quena con destreza. “Me gusta el huayno, es hermoso, triste y alegre; cada día saco nuevas canciones en mi quena y se escuchan mejor, por eso cuando salga del colegio quiero ser profesor de música y enseñarles a mis alumnos a encontrar consuelo en la música, sobre todo en la quena”, dice enérgico este adolescente de 16 años.

De entre las niñas del coro destaca Dahira Catacora Lipa, quien tiene 9 años y una potente voz. “Soy muy feliz cuando canto. A veces cuando tengo gripe me duele la garganta, pero igual vengo a ensayar. Yo quiero ser una estrella del folclor y el profesor nos ha dicho que las estrellas más bonitas son las que brillan en los cerros”. Ella vive al final de la torrentera, cerca del asentamiento humano Mario Vargas Llosa, casi 50 minutos cuesta arriba.

Alexander Carreño aseguró que muchos exalumnos estudian carreras relacionadas con el arte y la música, incluso a algunos se les ha obsequiado algún instrumento para que no pierdan ni las ganas ni el interés por perfeccionarse en este campo, que considera tan importante e imprescindible en la formación de mejores personas a través del arte.

Pequeñas niñas
interpretando a viva voz Niñachay, de William Luna.

El Dato

Alexander Carreño Fuentes es profesor de arte y música en este colegio. Dirige además un proyecto que con los años ha ido creciendo: la orquestina San Juan Apóstol, compuesta hoy por treinta estudiantes, de 10 a 16 años, y un coro de once niñas, de 8 a 14 años.

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