Pequeñas historias de grandes mujeres

Una experiencia inolvidable para la autora de la nota.

Andrea Pozo Chocano
Colegio Max Uhle

Es bueno ir a los asilos porque así nos damos cuenta de lo acompañados que estamos y lo felices que somos. Debemos sentirnos afortunados porque somos amados y amamos a otros. Pero también es bueno ir a los asilos porque así te das cuenta de que la mayoría de personas que viven allí no son visitadas por nadie, y se sienten solas. Yo acabo de visitar uno y quiero contarte cuatro historias.

Teresa

Teresa Díaz vive en el asilo San Vicente de Paúl desde el 2009. Nació un 26 de agosto de hace 94 años. Nadie la visita. Su esposo falleció hace una década y, como no tuvieron hijos, ahora ya no tiene familiares cercanos. Tiene problemas de audición y no se acuerda de la mayor parte de las cosas. Su visión no es de las mejores y por eso ya no puede hacer algo que le gustaba mucho: tejer.

A Teresa no le gusta la soledad, pero es una persona tan dulce que, sin importar los problemas que haya tenido en el pasado, está feliz con su actual vida. Tiene algunas amigas en el asilo y le gusta recibir visitas; de hecho, cada vez que llego a verla se alegra y dice que me parezco mucho a mi mamá, que parecemos hermanas, y siempre nos cuenta algunas anécdotas divertidas, cómo era Arequipa antiguamente, que le gustaría salir con más frecuencia y que le gusta la tranquilidad que hay en el lugar.

Particularmente, creo que Teresa es alguien sensacional, y que es de esas personas que siempre mantienen la chispa.

Angélica

Angélica Fierro, nació el 2 de agosto de 1944, en Lima. Ella tiene 72 años. No recuerda desde cuándo vive en el asilo. Ella trabajaba en el hospital Goyeneche, en el área de rehabilitación. Estaba casada, pero su esposo falleció, al igual que su hijo Miguel, quien le dejó un nieto que hoy tiene ocho años. Cuando el pequeño viene, la abraza y no la suelta hasta que se va.

Ella se siente feliz con su vida en el asilo, disfruta mucho la tranquilidad que ahí encuentra. Le gusta conversar, por eso le encantan las visitas. Cuando llegué a este lugar, Angélica fue una de las primeras que me recibió.

Ella es muy dulce y es de las abuelitas a quien le gusta contar historias. De su boca salen relatos sobre la Arequipa de antaño y de cómo era su vida entonces; pero no solo eso, también cuenta chistes.

Cuando Angélica y Teresa se juntan, toman sol en una banca cerca de sus habitaciones. Ambas son hermosas, no solo por fuera, sino también por dentro. Han tenido una vida con episodios no muy alegres, pero creo que hay que aprender de ellas a ser felices, a pesar de todo.

Lucía

El 15 de setiembre de 1938, en Chile, nació Lucía del Carmen Castillo Torres. Ella es otra de las hermosas residentes del asilo San Vicente. Tiene 78 años y desde hace 20 vive aquí. Viuda y sin hijos, solo le queda familia política en Moquegua.

De su niñez, Lucía recuerda sus días en las afueras de Santiago. Vivía solo con su papá, pues su mamá falleció a los treinta años, cuando ella era muy pequeña. Su padre era agricultor en el valle llamado Cajón de Maipo y ella, además de ayudar en casa, montaba a caballo con sus amigas.

Cuando llegó a Arequipa vivía en Paucarpata. Trabajaba en un negocio propio, una joyería. Tiempo después pasó a una carpintería. Tras el fallecimiento de su esposo, vivió en casa de un amigo donde, al poco tiempo, sintió que era una carga y se vio en la necesidad de ir a un asilo. En la actualidad, Lucía no puede caminar ya que tiene parálisis en las piernas. Ella es de pocas amigas, pero las que tiene la quieren mucho.

Julia

Antes había estado durante siete años en otro asilo, pero desde hace dos vive en el San Vicente de Paúl. Julia Elena García Arias nació el 22 de mayo de 1933, en Arequipa. No acababa de cumplir los 12 años cuando comenzó a trabajar en una fábrica de galletas. Allí se inicia una lista interminable de trabajos en la vida de esta valiente mujer: desde una zapatería y un gimnasio hasta el viaje a Lima y el retorno a Arequipa para abrir su tienda de ropa.

En el camino, ya se había casado. Tuvo tres hijos (dos mujeres y un hombre) que le dejaron siete nietos. Se divorció porque asegura que su marido la trataba mal. Tiempo después la crisis sobrevino y se vio obligada a ingresar al asilo. Julia es una madre y abuelita de la que tenemos mucho por aprender: dio todo por su familia e hizo hasta lo imposible para que sus hijos tengan buenos estudios y salgan adelante.

Mensaje final

Estas cuatro mujeres son personas admirables. Cada una es feliz a su manera y yo las admiro por eso, porque son felices. Son también un ejemplo de lucha porque, pese a todo, han tenido una hermosa vida.

Me gustaría que aprendamos de ellas y que comprendamos que, como Teresa, “Cuca”, Lucía y Julia, todos tenemos historias distintas que se unen en algo común: todos, con esfuerzo, podemos hacer que nuestra existencia sirva de ejemplo para la sociedad.

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