Orientación vocacional desde la casa

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Hace pocos días fui invitado al aula de mi nieta Micaela. Ella está en inicial. Me dijeron: “venga a las 10.30 horas al salón para hablar de su labor, lo que hace y en dónde trabaja para hablarles”.

Llegué intrigado al colegio y me encontré con otros dos padres de familia que también iban por lo mismo: contar en qué consiste nuestro trabajo. Uno era militar de la Fuerza Aérea, el otro ingeniero, y yo, profesor. Cada uno de nosotros fuimos explicando de manera sencilla en qué consistía nuestra labor, cómo es que nos animamos a ser lo que somos y hasta dónde hemos llegado.

Los niños estaban fascinados; intervenían, preguntaban, comentaban; varios se animaron a adelantar sus sueños. Yo les llevé de recuerdo una pequeña libretita y un lapicero para que dibujaran sus sueños, para que dibujaran lo que querían ser cuando fueran mayores. En la noche mi nieta llamó a su abuela para contarle que ya había dibujado sus sueños.

La elección

Los niños a esa edad perciben con claridad que el mejor regalo que hemos recibido es la vida. Por eso hablamos del don de la vida. Y que Dios, cuando nos regala la vida, también tiene un sueño para cada uno de nosotros. Si nosotros descubrimos ese sueño, ¡hemos descubierto nuestra vocación!

Debo confesar a este respecto, que algunas veces he sentido que nuestra praxis educativa hace poco por ayudar a los niños y jóvenes a descubrir su vocación. Escribió César Ferradas en un artículo que tituló “Vocaciones de Vacaciones”: “…a los chicos les están distorsionando la enseñanza porque no están siguiendo su vocación, y si una persona no tiene clara cuál es la suya será imposible que se pueda desarrollar. Esto quiere decir que le estamos dando una educación sin valor de uso”.

Identidad

Hay que ayudar a los chicos a elegir, a pensar, a reflexionar en base a experiencias de otras personas, para ir perfilando sus sueños y tener criterios sólidos para emprenderlos. Se trata, de poner a los niños, y más aún a los jóvenes, en la perspectiva del sentido de la vida. Esto implica una pregunta clave: ¿Quién soy y qué quiero para mi vida?

Es muy bueno encaminar a los chicos hacia el conocimiento personal y la pregunta sobre la propia identidad. Saber cuáles son las características de mi personalidad, qué me gusta, qué me atrae, por qué me atrae, por qué me inclino más a una que a otra actividad profesional les será muy útil en el futuro. Conocerse implica sabe quién soy y cómo soy.

También es importante ayudar a saber qué quieren hacer con su vida. Para ayudarlos con esta inquietud se parte de una premisa: ¡No debo desperdiciarme! No puedo tener un proyecto mezquino, facilista. No puede ser que mi aspiración sea solo divertirme. Es bueno divertirse, pero ese no tiene que ser la razón de vivir de un ser humano.

Misión

Saber quién soy y qué quiero para mi vida me ayudan a encontrar la misión que tengo en la vida. Es allí cuando uno descubre su vocación. Para ello se necesita pensar. La peor actitud de un joven es esperar que otros le digan lo que él debe elegir.

La elección es una tarea que no puedo delegarla, no puede ser que pida a otros que elijan por mí. Está en juego mi propia vida, esa decisión es importante, personal e intransferible.
Esta decisión no debe ser improvisada, tomada a la ligera; debe ser el resultado de largo tiempo de maduración y para ello la preparación remota ayuda mucho. El que elige bien se siente más seguro, más motivado y está dispuesto a esforzarse más por alcanzar un sueño largamente acariciado.

Animemos a nuestros hijos a soñar y a esforzarse para hacer de sus sueños una realidad. Esa es la mejor orientación vocacional desde la casa.

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