Noé, un chamán ecologista

Cesar Belan 

“Cuando llueve, todos se mojan”, dice el dicho, y este se aplica mejor aún al más grande aguacero de todos los tiempos. El diluvio —ese gran chaparrón bíblico— no es patrimonio exclusivo de la civilización judeocristiana. Sumerios, chinos y mayas han tenido su propia versión de aquel momento histórico por el cual Dios quiso borrar de la faz de la tierra a nuestros impresentables antepasados.

Al respecto, vale la pena revisar el magnífico cuento titulado “Los advertidos” en el que, con la espléndida prosa que lo caracteriza, Alejo Carpentier nos da una genial versión de esta historia.

Ahora bien, si Noé y su odisea no es propiedad de los judeocristianos, es lógico que las ‘nuevas tendencias de pensamiento místico’ —confundidas todas bajo la holgada denominación de New Age— hayan presentado su propia versión del patriarca marinero. Es en esta línea que Hollywood, mayor difusor de estas eclécticas y nada ortodoxas posturas, exhibe la producción titulada Noé (2014).

Baldazo

Quien la haya visto en el cine tal vez recuerde la sensación de haber recibido un baldazo de agua fría. Ello porque, esperando observar una recreación del relato bíblico —quizá a la usanza de aquellas clásicas producciones que suelen ponerse de moda cada Semana Santa—, terminó simplemente masticando frustración a consecuencia de lo que tuvo en frente.

Quien, sin embargo, en sus más afiebradas fantasías logró conjugar los monstruos de El señor de los anillos y similares con las Sagradas Escrituras, quedó con seguridad satisfecho.

Y es que esta versión de Noé nos presenta al célebre personaje como una suerte de chamán ecologista —considera el consumo de carne y la extracción tecnificada de los recursos naturales como pecados atroces— mezclado quizá con un calvinista de la más dura ralea; aquel que en su rigorismo moral, y cual un segundo Lutero, pasa al laxismo —el otro extremo— cuando la culpa le resulta insoportable.

En suma: culpa protestante, moral vegana, mitología hollywoodense. Un sancochado teológico más pesado e indigesto que los atracones de bacalao que algunos se dan en Semana Santa.

La estética

Ya en el plano estético, esta es más pobre que la trama que presenta. Personajes planísimos y sosos, un Rusell Crowe que no cambia de expresión por más que el cielo se le caiga encima, y un Anthony Hopkins que —de algo tiene que vivir— encarna a un Matusalén tan nimio como inoportuno en el drama.

Es increíble cómo estas pésimas producciones pueden echar por los suelos el talento de magníficos actores como Hopkins y Jennifer Connelly. Finalmente, si cree que es una cinta digna de una tranquila tarde de domingo, le recomendamos cambiar de parecer, no por lo errónea o falsa que resulta la película, sino a causa de un pecado que es igual de cruel: por lo fea y corriente.

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