Víctor Condori
La política modernizadora y centralista de los Borbones —dinastía que reemplazó a los Habsburgo en el gobierno de España— durante gran parte del siglo XVIII, llevó a la introducción de una serie de cambios e innovaciones en las colonias americanas, conocidos como Reformas Borbónicas.
Dentro de las más importantes estuvieron, por un lado, la liberalización del comercio colonial, tradicionalmente monopolizado por solo tres puertos (Sevilla, Veracruz y el Callao), a través del Reglamento de Comercio Libre de 1778, que habilitó 13 puertos peninsulares y 24 puertos hispanoamericanos, para el intercambio directo.
De otro lado, en su afán de debilitar el enorme poder económico y prestigio social alcanzado durante décadas por los españoles americanos o criollos, la corona española no solo favoreció el desplazamiento de tales, de los cargos más importantes en la administración virreinal, sino también, la migración de un fuerte contingente de peninsulares, provenientes de algunas regiones del norte de España, tradicionalmente marginadas del proyecto político y social de los Austrias.
¿Quiénes llegaron?
Este nutrido contingente peninsular, arribó a territorio americano a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, estuvo integrado mayormente por nativos vascos, navarros, montañeses y burgaleses con grandes conocimientos mercantiles, no menos ambiciones y fuertes vínculos empresariales en la península, además de, uno que otro pariente en Hispanoamérica.
Muchos de ellos, luego de establecerse en alguna importante ciudad indiana, al poco tiempo iniciaron una meteórica y exitosa carrera empresarial a través del comercio, la minería o la compra y arrendamiento de inmuebles.
Así, progresivamente lograron disfrutar de los cargos más importantes en la administración y milicias locales, tanto como una envidiable posición social, gracias a alianzas matrimoniales muy convenientes con miembros de las tradicionales familias terratenientes.
Arequipa
En Arequipa, como ya señalamos en un artículo anterior (Encuentro ), ese fue el caso de los reconocidos Juan de Goyeneche, Mateo Cossío, Antonio Alvisuri, Juan Fermín de Errea, entre otros.
Quienes, además de los beneficios personales obtenidos, se encargaron de extender los intereses arequipeños más allá del ámbito americano, transformando completamente la economía regional. Echemos una mirada a ese contexto.
Tradicionalmente, la economía local tenía en la producción de vinos y aguardientes su principal fuente de riqueza y a los centros mineros del sur del Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia), como su principal mercado y por ello, en torno a estas dos regiones se creó un vasto circuito comercial desde por lo menos el siglo XVI.
De otro lado, el relativo éxito obtenido a través de la viticultura, volvió algo conservadores a los miembros de la élite arequipeña, alejándolos de las inversiones aparentemente riesgosas como la minería y el comercio con ultramar.
Precisamente, el comercio de importaciones en Arequipa, tuvo una importancia secundaria frente a la viticultura y durante siglos, la ciudad fue solo un almacén de mercancías para su distribución en los mercados del interior, controlado por los grandes comerciantes monopolistas agrupados en el Tribunal del Consulado de Lima.
Impacto de las reformas
Este panorama cambiaría notablemente, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, gracias no solo a las reformas comerciales decretadas por los Borbones, que convirtieron al puerto de Arica en un puerto libre para el comercio con la península, sino también a los vínculos empresariales y estrategias comerciales desarrolladas por estos nuevos hombres de empresa.
Ellos, sin romper sus relaciones con el comercio capitalino, extendieron los intereses económicos de Arequipa hacia los puertos de Valparaíso y Buenos Aires e incluso más lejos aún, Cádiz, convertido en el principal centro comercial y financiero de España.
Todo ello, le dio a la ciudad y su nueva élite, el impulso necesario para ir desplazando progresivamente al Cuzco como la segunda ciudad del virreinato después de Lima. Este sitial se consolidó, muy a pesar de la guerra de Independencia.
El beneficio de la guerra
Aunque la guerra de independencia perjudicó a muchas regiones del Perú, al provocar el colapso o ruina de sus principales actividades económicas, no ocurrió lo mismo con la Intendencia de Arequipa. La cual contrariamente, se vio favorecida por el crecimiento de las importaciones y el arribo entre 1821 y 1824, de una importante y selecta migración de comerciantes y hombres de negocios, provenientes de Lima, otras partes de América y sobre todo Europa.
Entre los europeos se contaban ingleses, franceses y alemanes, como Tomás Crompton, Guillermo Hodgson, Roberto Page, Santiago Ygualt, Luis Stevenson, Samuel B. Mardon, Juan Bautista Detroyet, Santiago le Bris, Daniel Schütte, Antonio Von Lotten, Juan Jack, Guillermo Turner, Armando Dolley, Telémaco Guilhen, Jeremías Sullivan, Nicolás Matzon, Guillermo Cochran, Tomás Templeman, Leonardo Sester, Samuel Gibbeson, Jorge Filiniche, entre los más destacados.
Lazos comerciales
Curiosamente, si bien, la región continuó bajo poder español hasta diciembre de 1824, las actividades comerciales de tales empresarios extranjeros se realizaron de manera cada vez más creciente a través de la pequeña caleta de Quilca, convertida en la puerta de entrada a la región.
Este hecho permitió a la ciudad de Arequipa, en la fase final de la guerra de independencia, vincularse con otros países del mundo como Inglaterra, Francia, Alemania y Países Bajos, no solo a través de la importación de los denominados efectos de Europa, en su mayor parte tejidos; sino también, a través de la exportación de metales preciosos, que en forma de plata piña, en pasta o amonedada, eran extraídos por el mencionado puerto, a veces de manera legal y otras, a través del contrabando.
De esta forma y con el fin de las guerras de Independencia, aunque se rompieron los vínculos comerciales que unieron al Perú con España durante siglos, se fortalecieron las relaciones económicas entre la región de Arequipa y ciudades como Burdeos, Londres, Liverpool, Hamburgo y Baltimore.
Si bien, muchos empresarios peninsulares abandonaron la región, decenas de extranjeros solicitaron permisos de residencia, y al amparo del nuevo régimen, prosperaron y no pararon de prosperar, hasta controlar completamente la economía regional por el resto del siglo XIX.