Luis Buñuel, un tratado de desesperanza

Las alusiones explícitas e implícitas al catolicismo en las películas de Buñuel son prueba de este tortuoso camino de una conversión que nunca ocurrió.

Cesar Belan 

Uno de los problemas de la modernidad radica en la distorsionada comprensión de la esperanza. Ya desde sus orígenes en los siglos XV y XVI, el moderno ha caminado entre la profunda desconfianza —algo iniciado por Lutero y su pesimista visión de la gracia, y acentuado por el calvinismo y jansenismo subsecuente— y la ingenua supervaloración del hombre —encarnada en el optimismo humanista e ilustrado—.

Como un adolescente, el ser humano oscila entre una actitud de descreimiento y nihilismo, y una postura de autosuficiencia y envanecimiento que linda con la locura. Frente a esta angustiante dicotomía, la esperanza cristiana inspira al hombre una saludable confianza en sí mismo, no por sus cualidades o sus capacidades, sino en razón del infinito amor que la Divinidad manifiesta a su creatura.

Buñuel

Uno de los más grandes artistas del pasado siglo es el director aragonés Luis Buñuel, el iconoclasta hombre de paradojas y refinadas extravagancias. No obstante, su obra se puede describir como una permanente búsqueda religiosa en el ámbito de lo explicado en la introducción de este texto.

A la luz de esto, podemos entender por qué para Manuel Alcalá “la verdadera crisis religiosa de Luis Buñuel no es quizá una crisis de fe; es una radical falta de esperanza”. De entre las numerosas películas rodadas por Buñuel, resalta una de buena factura por su ‘accesibilidad’ al público, pues se trata de un filme con el que cualquiera se podría aproximar a la obra de este gran realizador.

Hablamos de La fièvre monte à El Pao (1959), una producción franco-mexicana protagonizada por la inolvidable María Félix y por Gèrard Philipe, célebre actor francés quien moriría ese mismo año.

Soñador caído

La cinta trata la historia de Ramón Vázquez (Philipe), un joven soñador que funge como funcionario penitenciario en un país sudamericano sometido por una ‘dictadura tropical’. Las circunstancias harán que Ramón inicie una relación amorosa con Inés Rojas (María Félix), viuda del gobernador de El Pao, una isla-prisión a la que son expulsados los opositores al régimen.

El estudiante de Derecho emprenderá una cruzada para mejorar las condiciones de vida de los presos políticos, aplicando la legalidad con moderación y hasta con dulzura. Para ello, arrastrará en su cometido a la bella viuda, totalmente enamorada de Ramón y deseosa de redimir su pasado de infidelidades y frivolidad.

Sin embargo, poco a poco la nobleza de los dos héroes se empañará, dejándonos ver toda su miseria y su ambición. Así pues, para lograr su objetivo, Ramón echará mano de medios cada vez más cuestionables, lo que provocará más daño del que quiso sanar.

La obsesión por sus ideales lo llevará a sacrificar a sus aliados, sus amigos e incluso al objeto de sus preocupaciones: los presos políticos. Las ideas y las teorías serán más importantes que la gente que las inspira. El filántropo y su amada se mostrarán, finalmente, como vulgares juguetes del amor propio, disfrazando de caridad lo que en verdad resultaba pura vanidad.

El bien y el hombre

En esta película, Buñuel renegará de aquella máxima liberal que afirma la “buena naturaleza y voluntad” innata del hombre (y en la que, por otro lado, se funda la democracia, el libre comercio y la libertad de expresión y de culto).

Por el contrario, el director español nos presenta al ser humano como egoísta y ambicioso, una visión pesimista que sin ser enteramente cierta tiene mucho de verdad al enfrentar la opinión dominante sobre la “inmaculada concepción del hombre” y la “tendencia automática al bien”, que se popularizara desde la Revolución Francesa.

Esto lo sabía bien Buñuel, estudiante jesuita que aprendiera en las meditaciones de san Ignacio de Loyola sobre la libertad y la naturaleza humana; escritos en los que se insiste tanto en la tendencia al mal que experimenta todo hombre como en el camino de salvación posible mediante la confrontación de la propia voluntad con la de Dios.

Al parecer, esta última parte de los ejercicios espirituales no fue bien asimilada por el rebelde director. A pesar de ello, en esta y en otras películas Buñuel afirmará una conciencia ética cristiana, sin maquiavelismos del tipo ‘mal necesario’. Señalará, por último, como único camino del desarrollo de la humanidad no alguna militancia basada en una teoría esquiva e inhumana, sino la contienda interior por el desapego de las pasiones mediante el sacrificio y la contemplación.

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