Crónicas de Arequipa
También constataron el afrancesamiento de las élites locales.
Víctor Condori
Una década después de la independencia, la ciudad de Arequipa mantenía todavía muy arraigadas numerosas costumbres de origen virreinal, entre ellas, las festividades y ritos religiosos. Las numerosas procesiones, las representaciones de los misterios y el frecuente repiqueteo de las campanas rápidamente llamaron la atención y produjeron la desaprobación de los visitantes europeos.
Con relación a las procesiones, a pesar de considerarlas como “las únicas diversiones del pueblo”, Flora Tristán también veía en ellas “una confusión grotesca en donde se oían gritos y risas convulsas”; por ello, al final sentenciaba que “la religión católica en los tiempos de la más profunda ignorancia no ha expuesto jamás a toda luz tan indecentes bufonadas, desfiles más escandalosamente impíos”.
Después de observar la representación de un misterio al aire libre, la dureza de sus opiniones no varió sustancialmente, por el contrario, sintió “la brutalidad, los vestidos groseros, los harapos de ese mismo pueblo, cuya extrema y estúpida superstición retraía mi imaginación a la Edad Media”.
El joven conde francés Eugene de Sartiges tampoco tuvo mejor opinión después de observar una procesión de la Virgen María: “Vi salir la imagen de la Virgen precedida de doce indios grotescamente vestidos y que saltaban como osos, sin gracia ni compás”.
Además de las procesiones, Sartiges percibió esta religiosidad en la arquitectura y manifestó que “los principales edificios en Arequipa son los conventos y las iglesias, cuya arquitectura es igualmente bastarda”.
Al describir el interior de las iglesias de la ciudad, se vio sorprendido por las imágenes de los santos y su inevitable color dorado: “En ninguna parte se ha ido tan lejos en la manía de los dorados. El vestido de san Lucas está bordado en oro; san Mateo, con su barba en punta, su sombrero sobre la oreja y su jubón de terciopelo rojo, está igualmente cubierto de estrellas de oro de arriba abajo”.
“Vi salir la imagen de la Virgen precedida de doce indios grotescamente vestidos y que saltaban como osos, sin gracia ni compás”. Eugene de Sartiges.
El clero en la política
Por otro lado, el naturalista y explorador francés Alcide D’Orbigny se percató de la enorme influencia del clero a través de la política al encontrar a muchos de sus miembros representando a la ciudad en el Congreso peruano.
De igual forma, le pareció excesivo y traumático el continuo repiquetear de las campanas de las iglesias y los conventos de la ciudad, que comenzaba cerca de las dos y media de la madrugada y duraba todo el día, casi sin interrupciones: “Como hay muchos conventos, tales como Santo Domingo, San Francisco, La Merced, San Juan de Dios, sin contar otros de menos importancia, y la catedral, se oye continuamente el ruido de tan gran número de campanas, puestas a vuelo todas a un tiempo”.
Afrancesamiento
Aunque la influencia política francesa en Iberoamérica después de la revolución de 1789 fue bastante relativa, no puede decirse lo mismo de su influencia cultural. Según María Cristina Carnevale, “Francia venía a ser la maestra, la guía, era mirada con admiración y cualquier cosa que llegara de allí era observada con respeto”.
En el caso de Arequipa, después de la independencia, las élites locales no solo buscaban copiar las maneras francesas o vestirse según la moda imperante en París, sino también aprender con mucho deseo el idioma de los franceses. En tal sentido, los viajeros de esta nación que visitaron nuestra ciudad, además de ser testigos presenciales de aquel afrancesamiento, cumplieron sobre todo el papel de embajadores culturales.
“Hombres y mujeres están vestidos lo mismo que en París, las señoras siguen las modas con una exactitud escrupulosa […] Los bailes franceses sustituyen al fandango, el bolero y las danzas del país reprobadas por la decencia”. Flora Tristán.
Flora Tristán había observado que, entre algunos miembros de las clases altas locales, las costumbres no se diferenciaban mucho de las de Europa, porque “hombres y mujeres están vestidos lo mismo que en París, las señoras siguen las modas con una exactitud escrupulosa […]. Los bailes franceses sustituyen al fandango, el bolero y las danzas del país reprobadas por la decencia. Las partituras de nuestras óperas se cantan en los salones, en fin, se llega hasta leer novelas”.
Considerando que estos cambios culturales eran irreversibles, sentenciaba: “Dentro de algún tiempo, ya no irán a misa sino cuando se les haga oír buena música”. Sartiges nos relata que en sus largas pláticas con mujeres arequipeñas, “la conversación en general giraba en torno a París, el París del Journal des Modes, de la música y del toilette”.
“La mayoría [de la élite arequipeña] ahora buscaba a París antes que a Lima o España para sus pautas culturales e intelectuales”. John Wibel.
Con respecto a los hombres jóvenes, comprobó que “en materia de literatura francesa, están todavía en Voltaire y en la literatura escéptica del siglo XVIII”.
Este irrefrenable interés por la moda francesa también envolvía a las monjas del convento de Santa Catalina, como lo pudo comprobar Flora Tristán apenas hizo su ingreso al mencionado claustro: “La francesita, la francesita, gritaban de todas partes”.
Una vez dentro, fue rodeada, mientras una de ellas, cuenta, “me levantaba el vestido por detrás porque quería ver cómo estaba hecho mi corsé. Una religiosa me deshizo el peinado para ver si mis cabellos eran largos. Otra me levantaba el pie para examinar mis borceguíes de París. Pero lo que excitó, sobre todo, su admiración fue el descubrimiento de mi calzón”.
“Vales un Perú”
Paradójicamente, toda esta fascinación de los arequipeños por la capital francesa no tuvo correspondencia. Cuando alguien preguntó a Sartiges acerca de lo que se pensaba en París sobre el Perú, la decepción fue grande: “Me atreví a contestarle que en París no se conocía al Perú más que en forma de proverbio”. Se refería, muy probablemente, a la frase “Vales un Perú”, consignada incluso por Víctor Hugo en su monumental obra Los Miserables.
Por último, aunque Arequipa fue tradicionalmente uno de los mayores productores de vinos del Perú, la élite arequipeña se inclinaba por los vinos procedentes de Burdeos, el coñac y la champaña.
Asimismo, si bien en 1780 se contaron en la ciudad y los alrededores cerca de 94 panaderías tradicionales, los vecinos tenían una notoria preferencia por el pan denominado ‘francés’; ello mismo podríamos decir de los muebles y las vajillas utilizadas con frecuencia. En general, después de la independencia, los horizontes culturales de la élite arequipeña se extendieron en dirección a Europa y, particularmente, como señala John Wibel, “la mayoría ahora buscaba a París antes que a Lima o España para sus pautas culturales e intelectuales”.