Los profetas de hoy

Todos los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes.

Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo

El catecismo nos enseña que todos los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes; no por mérito propio, sino por la participación de Jesús, quien goza de estas tres funciones en modo sumo. Pero ¿alguna vez, en la intimidad de nuestras oraciones y conversaciones con Dios, nos hemos preguntado si estamos capacitados para actuar como profetas de nuestra generación? En la era de la información y la comunicación, ¿qué significa ser profeta?

En la antigüedad, las personas solían acudir a los adivinos u oráculos, quienes tenían por oficio el profetismo, para recibir mensajes de las divinidades en cuanto a inquietudes e incertidumbres acerca de decisiones para su futuro. En el Antiguo Testamento, vemos que también los profetas cumplen funciones parecidas. Entre tantos oráculos y adivinos, ¿qué identificaba a los auténticos profetas de Dios? Tres elementos principales: la fuente divina, la continuidad y el objeto de su mensaje.

En el libro del Deuteronomio encontramos el siguiente pasaje en el que Dios mismo dice: “Pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande”, (Dt 18,18). Así explica que todos los profetas de la historia bíblica, desde los orígenes, están animados por el mismo espíritu de Dios, quien es la fuente.

En cuanto a la continuidad, los profetas de Israel no eran instituidos como los sacerdotes y reyes, el pueblo no podía designarlos: el ser profeta era ‘don puro’ de Dios para su pueblo: “El Señor tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, a quien escucharéis” (Dt 18,15); siendo así designados libremente por Él para hablar sobre la promesa, que es el objeto de su mensaje. Tal objeto, finalmente, es el designio de salvación que se cumple y se unifica en Jesucristo.

Con todo ello, nosotros, católicos de a pie, ¿podemos ser profetas? Siendo fieles a la fuente divina, que ha alcanzado su plenitud en Jesucristo, y anunciando un mensaje que no es opinión propia sino verdad contenida en el depósito de la fe, todo bautizado es profeta.

Sin embargo, no es tanto que seamos capaces de profetizar. Más bien, somos capacitados. Para entender esto, pensemos en un teléfono celular: el aparato por sí solo puede realizar algunas funciones, como la calculadora y la conexión a otros celulares cercanos a través de bluetooth, pero no tiene por sí mismo la capacidad de realizar una llamada a otro celular en otro continente.

Para esto, necesita de un repetidor cercano y de un operador que le aporte el medio para transmitir la comunicación: que lo capacite. ¿Es el celular capaz? No, es capacitado por la empresa telefónica, a través de un contrato.

De igual forma, nosotros no somos capaces de ser profetas de nuestro entorno, sino que somos capacitados por Dios para realizar esta misión si nos encontramos en comunión con Él, es decir, si nos encontramos en el estado de gracia. Así, la fuente divina, el Espíritu Santo, inspira para que a través de nuestro testimonio de vida podamos ser testigos de Cristo en medio de este mundo, en la época que nos ha tocado vivir.


Importante

Es bueno recalcar que esta triple función de sacerdote, profeta y rey es propia de todos los bautizados, no solo de la jerarquía. Así lo manifiesta el catecismo.

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