Los afilados dardos de doña Flora

Un personaje particularmente interesante para la historia regional es el de Flora Tristán. Sus impresiones respecto a la Arequipa dicimonómica que ella conoció brevemente —y que en muchos casos no fueron nada galantes—, deben ser tomadas con sumo cuidado y asumidas de acuerdo al particular contexto en el que fueron expresadas, en aquel relato autobiográfico que viene a representar, al menos entre nosotros, su obra más conocida: “Peregrinaciones de una paria”.

El contexto

Flora fue una mujer de carácter muy particular, acechada por el largo brazo de la ley debido a su condición de casada que hizo abandono de hogar. Sale —o más precisamente escapa— de su natal Francia en busca de refugio en tierras lejanas de esta parte de Sudamérica, y con ello tentar la posibilidad de un reconocimiento a los derechos derivados de su filiación con un prominente miembro de la aristocracia arequipeña, si es que acaso la hubo. Este personaje fue don Pío Tristán, a la sazón su tío en primer grado, merced que ciertamente nunca logró.

Corría el año de 1834, y aquella ciudad que fue descubriendo durante los meses de su estancia le resultaba por momentos interesante, digna de algunos sinceros elogios y por momentos incomprensible y hasta detestable. En cierta parte del libro hace una descripción de algunas de las costumbres de los arequipeños de entonces, cargada de adjetivos bastante despectivos a decir verdad. ¿Algo habrá tenido que ver en todo esto tal vez un cierto rencor de parte suya a la sociedad que representa aquella parte de su familia que no reconoció a plenitud sus derechos sucesorios? Más de una vez se ha insinuado esta posibilidad, pero, en lo particular, semejante intento de psicoanálisis, modestamente, escapa de nuestras manos.

La cocina

Entre otras varias críticas a las procesiones, las representaciones teatrales, ceremonias civiles y otras manifestaciones entre populares y religiosas de los arequipeños, hay una particularmente severa que la enfila nada menos que contra nuestra culinaria, y los usos y costumbres que en torno a ella se establecen.

“Su cocina —se refiere aquí a la que ella llama la cocina de los arequipeños— es detestable. Los alimentos no son buenos y el arte culinario está aún en la barbarie”, ametralla doña Flora, y luego continúa: “el valle es muy fértil, pero las legumbres son malas; las papas no son arenosas; las coles y las arvejas son duras y sin sabor; la carne no es jugosa; en fin, hasta las aves de corral tiene la carne cariácea y parecen sufrir de influencia volcánica. La mantequilla y el queso se traen desde lejos y jamás llegan frescos. Lo mismo sucede con la fruta y el pescado que viene desde la costa; el aceite que usan es rancio, mal purificado: el azúcar groseramente refinado, el pan mal hecho, en definitiva nada es bueno”.

Una crítica

Al respecto y sin ánimo de pecar de chauvinistas debemos indicar que Flora no es precisamente una científica social ni mucho menos. Su relato, que tampoco representa una obra maestra de la Literatura, está más cerca de ser un modesto diario personal que un ejercicio de academicismo estético.

Flora es un fiel reflejo de la sociedad de aquella Francia post-revolucionaria, y post-contra-revolucionaria también de hecho, con un marcado sesgo en su forma de entender al mundo determinado por considerar a lo francés como la afirmación de lo “moderno”, el epítome de lo sofisticado, el arquetipo de sociedad progresista y de vocación universal, pero que, paradójicamente, es hasta cierto punto incapaz de comprender otras realidades de matiz distinto.

No obstante, su legado tiene el gran valor de ofrecer una visión a la que podríamos llamar “desde afuera”, plagada de prejuicios evidentemente, pero ajena a fin de cuentas. Por ello, cuando algún inesperado arrebato de insuflado regionalismo extremadamente orgulloso, de aquellos a los sabemos que somos tan proclives los arequipeños, amenace con empañar nuestra visión objetiva respecto a nosotros mismos, una urgente como rápida lectura a las páginas de esta obra podría resultar bastante conveniente, diríamos que hasta terapéutico, en aras de superar dicha emergencia.

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