La Independencia y la revolución de empleos

La derrota del ejército realista en Ayacucho selló la Independencia del Perú y marcó el inicio de la nueva república.

Víctor Condori

Pese a que Arequipa fue parte del sistema colonial hasta el último instante, muchos vecinos de esta ciudad buscaron, rápidamente, cambiar esta imagen después del triunfo patriota en los campos de Ayacucho, en diciembre de 1824.

La razón, las enormes oportunidades laborales que se abrían dentro del nuevo sistema para todos aquellos peruanos que manifestaron una conducta patriota y revolucionaria, por lo menos desde la llegada de los ejércitos libertadores, o acaso desde antes.

Por otro lado, también influyó la condena pública al antiguo régimen y sus simpatizantes, no solo por parte de las nuevas autoridades nacionales, sino de la propia prensa establecida en la ciudad después de 1825, como La primavera de Arequipa y La estrella de Ayacucho.

Sin embargo, como permanecer dentro del sistema colonial no era necesariamente igual a simpatizar con él, muchos vecinos de la ciudad se esforzaron por demostrar sus sentimientos patrióticos ante las nuevas autoridades, buscando de ese modo ser ‘calificados’ para algunos de los numerosos empleos que la nueva república ofrecía a sus buenos ciudadanos.

Todo ello, a raíz de un decreto dado por el libertador Simón Bolívar en enero de 1825, el cual establecía las llamadas Juntas de Calificación, compuestas por individuos pertenecientes a los distintos ramos de la administración civil, militar y eclesiástica, con el objetivo de distribuir diversos empleos estatales entre los ciudadanos mejor calificados por su probidad, su aptitud y su servicio a la patria.

¿Conveniencia?

Los efectos de este decreto se evidenciaron en una ‘avalancha’ de memoriales de servicios presentados por los vecinos de la localidad ante las autoridades, “demostrando sus grandes servicios a la patria”.

La acumulación de declaraciones acerca del apoyo hecho a la causa libertadora fue tan numerosa que podrían hacernos creer, equivocadamente, que Arequipa antes de la Independencia fue una ciudad bullente de sentimientos libertarios, contenida por la feroz represión realista. Nada más lejos de la realidad.

Así también lo manifestó el vecino arequipeño Mariano Rafael Corzo, quien en marzo de 1826 afirmaba: “Los más de los patriotas [de Arequipa] lo han sido por especulación, no por convencimiento ni por amor a la causa de América”.

Es que lo que realmente importaba después de la Independencia no era necesariamente ser reconocido como un verdadero patriota, sino los codiciados puestos en las numerosas instituciones creadas durante estos años, como la Corte Superior de Justicia, la Prefectura, la Universidad Nacional de San Agustín, el Colegio de Independencia Americana, la Hacienda Nacional y la administración de Correos.

Revolución de empleos

En ese sentido, el historiador Cristóbal de Aljovín señalaba, con mucha razón, que la Independencia debe ser entendida como una revolución de empleos, “ya que abrió todos los puestos [de trabajo] tanto a criollos como a mestizos”.

Para acceder a tal fin, las familias de la élite arequipeña emplearon diversas estrategias y medios. Una de ellas fue la entrega de fianzas pecuniarias por algún puesto en la administración de hacienda, gracias a las buenas relaciones sociales y los sólidos vínculos económicos y familiares que habían forjado.

Otra estrategia, aunque menos honorable pero igualmente efectiva, estuvo relacionada con la adulación y el halago a los caudillos de turno. Así lo comprobó el comerciante inglés Samuel Haigh, quien acompañó a Bolívar en su marcha triunfal desde Lima hacia el Alto Perú en 1825, donde observó que por todos los lugares “se le ofrecía incienso y adulación, y los parásitos y buscadores de empleos derramaban a sus pies discursos hiperbólicos”.

La acusación fácil

Cuando todo ello fracasaba, algunos vecinos apelaban al mezquino recurso de la denuncia pública sobre un supuesto pasado de colaboración con el régimen colonial, en busca de la descalificación del titular del cargo.

Así ocurrió en marzo de 1826, cuando José Ciriaco García del Rivero, nombrado intendente de Camaná, fue acusado de “no haber militado nunca en el sistema de la patria”. García del Rivero achacaba estas denuncias a la envidia “de la suerte que los americanos empezábamos a lograr por el triunfo que nuestras armas lograron en los campos felices de Ayacucho”.

 

Salir de la versión móvil