La genealogía de la pasión: Medea

Se hace imposible entender el alma humana a cabalidad sin echar una ojeada a esta obra monumental.

César Belan

Para el peruano promedio, la noción de tragedia griega es un concepto extraño e ininteligible, sin embargo podemos decir que su conocimiento del tema es mayor que el que pueda admitir. Así pues, los 2 500 años que nos separan de Sófocles y Eurípides no significarán mucho para quien convive con los avatares e infortunios de Edipos, Electras y Medeas contemporáneos.

Y es que todos los días, luego de dar un vistazo a los programas noticiosos en televisión o a las portadas de un diario ‘chicha, aquellos violentos episodios que consagrara el tiempo a la literatura clásica, cobrarán vida esta vez con algunos giros locales: la madre que inmola a sus hijos entregándolos al fuego para así hacer sufrir a una pareja infiel, no vestirá en nuestros días sandalias y túnica, y muy a la manera moderna utilizará esta vez un eficaz veneno para ratas; y el hijo que asesinará a su padre por el poder no habitará la lejana Corinto, sino más bien heredará un cruel imperio de narcotráfico. En fin, como dice el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

La tragedia

Federico Nietzsche, heterodoxo estudioso de la tragedia griega, sostendrá una particular aunque verosímil teoría al respecto. Esta manifestación dramática tendría su origen, según él, en las fiestas religiosas celebradas en honor a Baco. Festividades en las que sus sacerdotisas —las bacantes— se someterán a excesos (de alcohol y sexo) para culminar en el ritual de la mutilación de sus cuerpos: toda una puesta en escena de la autodestrucción. Y en esto radica la esencia de la tragedia, en una delirante —e incesante— consagración a las pasiones desbordadas.

En las obras maestras de la Grecia clásica, todos los personajes labrarán un destino infeliz a causa de las decisiones irracionales que tomarán, inspiradas en las pasiones que los dominan; arrebatos que nacerán por designio de los dioses, según los dramaturgos helénicos.

Resulta ocioso, por tanto, resaltar la importancia que tendrá en nuestro medio el análisis y la discusión de la tragedia, ya que ella permitirá echar un vistazo a nuestras más oscuras pasiones para así dominarlas.

En un país como el nuestro, en el que lo más primario domina a sus habitantes (la gastronomía, un eufemismo para la vulgar comida; la bebida, que si es alcohólica es mejor, y el espectáculo fácil, que linda con la absoluta estupidez), los ciudadanos resultarán ensimismados con una realidad únicamente instintiva y visceral que devendrá en una vida guiada por la pasión y el desenfreno.

Las palabras de Medea ante la catástrofe por ella provocada: “Ahora no soy nada y me dejan sola; a menudo he observado que este es mi destino: no ser nada“, resonarán luego en boca de los miles de desdichados que tratarán así de justificar los crímenes que les dan unas horas de efímera fama.

La película

Por ello, nada resultará mejor que zambullirse en las páginas de este interesante drama bajo el patrocinio de un también trágico director italiano: Pier Paolo Pasolini. Una vida consagrada al arte, pero signada por la desventura que acabó en una muerte espantosa —asesinado y desfigurado— a manos de su amante homosexual. La vocación esteticista que nutre los filmes de Pasolini marcará también su versión de Medea, muy superior a todas las otras que se han rodado.

Protagonizado por la también famosa cantante lírica griega, María Callas, en este filme se ensaya una versión muy auténtica y original de la obra de Eurípides, sin traicionar la esencia de aquel trascendental texto. En la cinta, más que privilegiarse los diálogos del drama, la trama se presentará en lenguaje puramente cinematográfico: el vestuario, la interpretación y, sobre todo, la fotografía hilarán la historia presentando un corpus compacto y lleno de significado.

Salir de la versión móvil