La espera de Juan

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo

Villa Nacimiento era un pueblito más, escondido entre tantos otros. Tenía muy pocas cosas: callejuelas con un par de casas cada una, la iglesia y el ayuntamiento. Pero lo que lo hacía singular era, sin duda, la segunda calle de la izquierda: la ruta de la Espera.

En ella había solo dos casuchas pequeñas con sus sendas portezuelas de madera, ambas a un mismo costado del camino, y lo curioso era que tanto en la primera como en la segunda padre e hijo compartían el mismo nombre.

“Bueno, eso es bastante común”, podrá pensar el lector, pero la casualidad no era que los hijos se llamaran como los padres, sino que ¡los cuatro varones compartían el mismo nombre!: Juan. Además, ambos padres compartían un mismo trabajo, un mismo horario y un mismo salario. A veces era hasta difícil distinguirlos cuando volvían juntos de trabajar.

Diferentes

Sin embargo, los hijos no podían ser más diferentes. Porque aparte del nombre no tenían nada en común. Lo que más resaltaba en sus diferencias era, sin duda, el espíritu de cada uno. Juan, el hijo de Juan de la primera casa, estaba siempre de malas, iba al colegio y volvía sin mayor gracia y, cuando estaba en casa, se pasaba el día refunfuñando.

Incluso algunos aseguraban que no era que tuviera el ceño fruncido, sino que se trataba de una especie de cicatriz o marca de nacimiento. Pero no era así. Simplemente, estaba siempre refunfuñando.

En cambio, Juan, el hijo de Juan de la segunda casa, era todo lo contrario: siempre alegre y con un rostro resplandeciente, amaba ir al colegio y encontrarse cada día con sus compañeros, incluido el otro Juan. Cuando llegaba a casa, corría a saludar a su madre feliz de encontrarla ahí y, cinco minutos antes de que llegara su padre a la callejuela de su casa, ya estaba el pequeño Juan esperando ansioso sin dejar de mirar por la ventana:

“Cuando venga papá, le voy a mostrar la tarea de hoy, mami. Y luego vamos a acompañarlo mientras cena y, cuando se ponga en la tumbona, vamos a jugar. Seguro que ha tenido muchas aventuras en su trabajo hoy. Quiero que me cuente todo y yo, contarle todo mi día también”.

Al mismo tiempo, en la casa de al lado, el otro Juan, hijo de Juan, se daba cuenta igualmente de que anochecía y de que su padre iba a llegar. “¡Oh, no!”, pensó enfurruñado, “tengo que terminar esta tarea porque papá me va a preguntar. ¡Qué rollo hacer las tareas todos los días! Ojalá fuera grande. Los mayores no tienen tareas, solo vienen a comer y descansar, bueno, y a regañar de vez en cuando”.

Alegría

En eso estaba pensando este Juan, hijo de Juan, cuando se percató del otro tan alegre que miraba por la ventana esperando a que ya se acercara su padre. “¿Por qué estará siempre tan alegre? Digo, no es que yo no quiera a mi papá. ¡Le quiero!

Pero es que todos los días es igual: viene, cena, me interroga sobre mi día a ver cómo me he portado y descansa en la tumbona, y al día siguiente es igual e igual e igual. ¿Por qué estará tan contento? ¿No es acaso lo mismo de siempre?”.

Justo al mismo tiempo que este pequeño se hacía esa pregunta, en la otra casa la madre del otro Juan, hijo de Juan, le preguntaba lo mismo, pero riendo con cariño mientras veía a su hijo tan gozoso: “Cariño mío, cuéntame, ¿por qué estás tan contento?”.

“¿Y cómo no voy a estarlo, mamá? Papá está por venir, ya viene, ya.” “¡Pero claro que viene! Ja, ja, ja; como tú vienes siempre del colegio. ¡Viene todos los días a esta hora! Ya no tarda”.

“Justamente, mamá. Yo vengo del colegio porque lo necesito. ¿Adónde iría si no? Yo soy pequeño y no gano dinero, y necesito que ustedes me den de comer. Pero papá no, él viene porque quiere, porque nos quiere y quiere estar con nosotros.

Si un día no viniera a casa, él seguiría ganando dinero y podría cocinar todos los días él solito tan rico como suele hacerlo los fines de semana. ¿No es genial saber que cada día, sin faltar un solo día, papá viene porque nos quiere?

¡Es como Jesús y la Navidad! Hay gente que dice que es la misma historia todos los años, pero si todos los años hay un Dios que, sin necesitar de nosotros, viene porque nos quiere, ¿vamos a estar tristes o enfadados? ¡No, mamá, la espera de la llegada es el mejor momento del día!

¿Qué gracia tendría que me haga el alegre cuando llega papá si realmente no he esperado alegre desde unos minutos antes? ¡Mira, mira! El sol ya terminó de ponerse. ¡Ya llega papá!”.

Salir de la versión móvil