La Eneida en imágenes: El acorazado Potemkin

La película es un documento histórico que da cuenta de una época que marcó profundamente a la humanidad.

César Belan

Una película será propicia para traer una vez más el viejo debate sobre ‘la responsabilidad moral’ del arte y su relación con los logros estéticos que llega a obtener —o su completa desvinculación de ellos—. Un debate que encubre una pregunta mucho más polémica (aunque nadie se detenga a pensar en ella): ¿puede haber algo bello y malo a la vez?

El arte del siglo XX —eficiente, asombroso, cautivador— estará muchas veces más cerca de la propaganda que en cualquier otra época. Y el arte del siglo XX y XXI tiene nombre propio: el cine. Una hermosa película entonces puede estar al servicio de fines realmente aborrecibles, tornándolos en admirables ideas o proclamas inhumanas y nefastas; todo esto al margen de sus grandes éxitos artísticos.

En esa tónica, podríamos aludir a la obra maestra de D.W. Griffith: El nacimiento de una nación (1915), una de las más grandes cintas de todos los tiempos y un manifiesto a favor del Ku Kux Klan, o a los indiscutibles méritos de la cinematógrafa nazi Leni Riefenstahl.

Dejémoslo en claro, frente al teatro o a la literatura, el cine resulta pura explosión de sensaciones, no dejando casi nada para la imaginación o la reflexión; es así pues que su fácil asimilación e inmediatez resultan tan fascinantes como peligrosas. Es ahí donde entra a colación la película que nos ocupa, considerada por muchos la mejor de toda la historia del cine y la más grande obra de defensa de un régimen desde La Eneida: El acorazado Potemkin (1925).

Una revolución

En 1905, el Imperio Ruso se había envuelto en una desastrosa guerra contra Japón. Luego de la caída de Port Arthur en manos niponas y la derrota en Tsushima, la suerte del conflicto parecía estar echada.

El derrotismo y las pésimas condiciones de vida que eran impuestas a los sectores populares acabarían por desembocar en la revolución de 1905 que se iniciaría con el asesinato de una multitud de obreros y sus familias, luego de unas protestas en las calles de San Petersburgo.

La chispa revolucionaria se extendería rápidamente contra la autocracia rusa y no demoraría en extenderse entre los marineros de la flota del mar Negro. Sería en un viejo acorazado donde empezaría una rebelión que tuvo como origen la negativa de los subalternos a comer sopa elaborada con carne podrida.

La historia de la gesta revolucionaria del acorazado Potemkin y de la posterior revuelta en el puerto de Odessa sería aprovechada genialmente veinte años después por Serguéi Eisenstein, el más grande de entre los directores de cine soviético y uno de los más destacados de todos los tiempos.

Propaganda

Resultará paradójico que, mientras la Unión Soviética comenzaba a abrirse paso ejerciendo una brutal represión contra los campesinos, quienes sometidos a una ‘economía de guerra’ eran condenados a hambrunas inconcebibles, la maquinaria de adoctrinamiento ideológico daría pie a un maravilloso filme que tiene como motivo fundamental el hambre del pueblo ruso en tiempos del zar: nos encontramos con la propaganda en todo su esplendor e hipocresía.

Eisenstein narrará entonces, con crudeza y lirismo nunca antes vistos, una historia que situaría —y hasta ahora sitúa— a flor de piel nuestra solidaridad con la masa obrera; así se constituye en un eficiente y hermoso recuento de la gran hazaña del pueblo: esa versión reducida y manipulada de la historia que el marxismo presenta como la descripción definitiva.

No por nada Joseph Goebbles, ministro de Propaganda de Hitler, decía que el Acorazado de Eisenstein era la obra con mayor carga propagandística que jamás había visto, y que estuvo a punto de volverse comunista después de verla. No resultará extraño tampoco por qué la prohibiría una vez en el poder.

Importancia

¿Por qué es tan importante El acorazado Potemkin? En primer lugar podríamos decir que es pionera en desarrollar un lenguaje cinematográfico, es decir en el hecho que la imagen por sí misma —más aun tratándose de una película muda— narre la historia.

Y es que a pesar de ser una película de casi 90 años de antigüedad, su montaje y poderosísimas imágenes son todavía cautivantes para el ojo de un espectador del siglo XXI, tanto así que secuencias enteras del filme son copiadas, reinterpretadas y parodiadas hasta la fecha.

Otro gran hito que alcanza es el gran nivel de dramatismo de sus imágenes y de la historia. El uso de la cámara y la economía de tomas y planos combinados hacen de la película un portento que no deja de emocionar aún hoy.

Definitivamente, estamos ante uno de los más grandes testimonios del séptimo arte; una cinta imprescindible para quien quisiera conocer con mayor detenimiento la esencia misma de este género.

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