Juli, la Roma de América

Por: Rafael Longhi Saravia

Recorrer sus calles empedradas con la debida calma, la vista atenta, la razón aguda y el alma abierta, desembarazándonos en la medida de lo posible de nuestra estereotipada visión de turistas en el sentido más convencional nos ha de prodigar una experiencia sumamente especial, eso lo podemos garantizar.

El pueblo de Juli, emplazado en una de las orillas más evocadoras del Titicaca en la provincia puneña de Chucuito, tiene ese tan singular encanto que poseen aquellos lugares que destilan historia por todos sus rincones y en los que las huellas de una rica historia aun se pueden palpar.

Pasado glorioso

Decir que Juli ostenta un pasado glorioso es una afirmación de fidedigna exactitud, en virtud de que efectivamente ha sido un verdadero epicentro de la vida cultural, artística y primordialmente espiritual de todo el Altiplano, particularmente durante los siglos XVI al XVIII, es decir, en pleno proceso de cristianización de esta parte de América.

Probablemente su máximo apogeo como centro de irradiación de la fe se dio a partir de 1576, año en que llegó la Compañía de Jesús, tomando a Juli como el punto de partida de
sus misiones evangelizadoras que se proyectaron hasta la región chaqueñas que comprende aquellos territorios de predominio guaraní que comparten actualmente Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil.

Joyas

Las evidencias materiales de este rol que cumplió como centro gravitacional de la labor misionera son muy plausibles, pues posee cuatro magníficas iglesias que se constituyen en verdaderos baluartes de la arquitectura eclesiástica y genuinos ejemplares del barroco-mestizo, que simboliza nítidamente el proceso de amalgama entre el mundo andino ancestral y el hispánico.

Dos de ellas concitan nuestro especial interés, dado que encarnan los extremos más opuestos respecto de la suerte que pueden correr estos monumentos. Por un lado San Juan de Letrán, es posiblemente la que mejor se ha conservado de estas cuatro emblemáticas construcciones en virtud, fundamentalmente, de un importante proceso de puesta en valor desarrollado por iniciativa y con aportes de entidades particulares que la han dotado la prestancia que tuvo en el pasado.

En su interior se exhiben varios lienzos de gran formato del maestro manierista italiano Bernardo Bitti, quien arribó al Perú en el siglo XVI y fue fundamental en la iniciación del arte pictórico en el floreciente virreinato y en el posterior surgimiento de los que vino a consolidarse como una pintura de sello mestizo protagonizada por sus discípulos en los siglos que siguieron al de su valioso magisterio.

Al otro extremo, en estado prácticamente ruinoso y como reflejo de lo que la desidia y el abandono le pueden hacer al patrimonio material de una comunidad, se levanta precariamente apuntalada y desprovista de su bóveda, la Iglesia de Santa Cruz de Jerusalén, cuyos gruesos muros, generosas dimensiones y primorosas tallas ornamentales en piedra, nos hablan de un pasado singular, cuales voces que el olvido aun no ha podido silenciar.

Estos son algunos singulares atractivos que la llamada “Roma de América” nos puede mostrar y por ello, en estos días festivos que se presentan propicios como para emprender un viaje, son ocasión para el verdadero encuentro con los demás y con nosotros mismos.

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