Inmersión

Por Ángel Alejandro Podestá Bautista
Estudiante de Psicología – UCSP

Cuando el Dr. Gall se levantó de su silla y profirió gritos acompañados de aspavientos, Antón supo que había colmado su paciencia. Por primera vez en su clase, alguien se había atrevido a contradecir sus enseñanzas y rebatir sus argumentos. Antón había sugerido —contrario a lo que exponía en ese momento el Dr. Gall— frente a decenas de alumnos, que las características de la mente no podían estar fragmentadas en partes y que era imposible pensar que estas dependieran de las formas del cráneo.

— ¡No sabes lo que dices! ¿¡Quién te has creído!? —gritó el Dr. Gall.

Los demás alumnos giraron sus cuellos sorprendidos hacia Antón, como si aún no procesaran lo que acababa de decir.

Antón miró a su alrededor. Largas hileras de butacas de madera se acomodaban sobre una suerte de auditorio, descendiendo todas hacia el modesto escenario que el Dr. Gall, se había encargado de surtir con una silla, un pizarrón y un escritorio sobre el que reposaba, expectante y clavando sus cuencas vacías en los aprendices de la sala, un cráneo de adulto disecado. El joven estudiante no se cansaba jamás de admirar dicha escena, tan lúgubre y brillante a la vez.

— ¡Responde! —el grito furibundo del Dr. Gall le hizo volver en sí.

Cuando se disponía a responder, recordó que lo que estaba haciendo era prohibido. Guardó silencio sabiendo que no había marcha atrás. En silencio, rogó que su incumplimiento a las normas terminase apenas en un castigo.

Pero al salir de su ensimismamiento, notó que tenía al Dr. Gall a dos pasos de él, con una regla de madera en la mano y que descendía con rapidez hacia su rostro. Cerró los ojos con fuerza.

Abrió los ojos de golpe, dando un salto sobre el sillón. Con cuidado, retiró el casco de realidad virtual de su cabeza y lo posó sobre su regazo. Estaba otra vez en casa. En las noticias, informaban que la séptima variante de cierto virus los obligaría a extender la cuarentena dos años más. Con eso ya eran catorce.

De pronto, cayó en cuenta del error que acababa de cometer. Consciente de que pronto llegaría un mensaje que suponía, sería como mínimo una suspensión, se levantó y se abalanzó sobre su computadora para leer la sanción antes de que su madre lo hiciera.

De todas formas —pensó— las clases virtuales habían avanzado bastante los últimos años.

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