Esa compleja relación entre el valle del Chili y el altiplano

Esa aparente tensión entre Arequipa y Puno podría disiparse si miramos la relación entre ambas regiones desde el prisma de la historia.

Rafael Longhi Saravia

Una frase suele escucharse comúnmente en boca de algunos que se consideran ‘arequipeños de ancestro’ y es la consabida “cada día somos menos los arequipeños de verdad que vivimos en Arequipa”. Esa expresión resulta interesante, pues refleja, de algún modo, la vasta complejidad de esa antiquísima relación entre los pobladores de este valle y los de la región altiplánica colindante.

Esa incómoda sensación de ser cada vez menos en número —aparejada con un sentimiento que no deja de esconder cierto desprecio por el que viene de afuera a radicar en la ciudad— tiene sus raíces, posiblemente, en los recientes procesos migratorios experimentados con mayor vigor a partir de la década de los sesenta.

Sin embargo, estos procesos, vistos desde el tiempo, no son en verdad novedosos, sino que, por el contrario, hunden sus raíces en los albores de la presencia humana en la región.

Interdependencia

Entre los primeros pobladores del valle del Chili y los del altiplano existió siempre una interdependencia planteada por la existencia de diversos ecosistemas determinados por la presencia de la cordillera andina.

En cada nivel prosperan distintas especies de plantas y animales, por lo que desde tiempos ancestrales fue necesario que el hombre adopte formas de organización basadas en principios de reciprocidad y complementariedad, a fin de satisfacer principalmente sus necesidades alimentarias.

En tal sentido, desde los tiempos del cazador-recolector, del desarrollo de los grandes horizontes culturales, de los señoríos locales, del Imperio inca, de la etapa virreinal, de la etapa republicana y hasta nuestros días, este intercambio ha permitido, por ejemplo, que en el valle del Chili se pueda contar con camarones de Tambo, cochayuyo de Atico y deliciosas y muy variadas papas del altiplano.

Al mismo tiempo, productos arequipeños, como la calabaza, el maíz o algunos frutales, han sido parte de la dieta de las personas de las regiones aledañas.

Characato

Es bueno recordar que un amplio sector de la campiña arequipeña fue prácticamente monoproductor de maíz y despensa de este producto para las regiones altoandinas. Nos referimos al área comprendida entre los valles de los ríos Quequeña y Socabaya, cuyo centro comercial era nada menos que Characato.

La evidencia de ello lo constituye precisamente su nombre, pues podría tratarse de una derivación de los términos ‘sara’, que equivale a decir maíz tanto en runa simi como en aymara, y ‘c’ato’, que corresponde a mercado.

Este y otros tantos hechos son los que nos ofrecen evidencia de lo estrecho y provechoso de las relaciones en el sur andino, y que hacen que los significados de conceptos como residente o migrante sean bastante relativos.

 

Salir de la versión móvil