Elogio de la propaganda: Z

César Belan

¿Existen los filmes políticos? Encontramos aristas de denuncia en muchas cintas rodadas hasta la fecha. Películas clásicas, como El nacimiento de una nación (1915), Ladrón de bicicletas (1948) o Matar a un ruiseñor (1962), han buscado hacernos tomar conciencia de atroces circunstancias históricas o injustas coyunturas para determinados sectores sociales o hasta para pueblos enteros.

De otro lado, muchos realizadores han dedicado toda su vida y pasión a producir esta clase de cintas: Gillo Pontecorvo, los hermanos Taviani, Elio Petro, en Italia; Robert Moore, en los Estados Unidos; André Wajda, en Polonia; y, ya más cerca de nuestra realidad, Fernando Solanas, en Argentina. Sin embargo, si queremos entender la quintaesencia de un filme político-ideológico, debemos acudir a uno de los realizadores que con más acierto han desarrollado este tema. Nos referimos, naturalmente, al director griego Constantin Costa-Gavras.

De él tenemos cintas como Estado de sitio (1973), en la que se da cuenta de la represión desplegada por el Gobierno militar en Uruguay; Desaparecido (1982), que aborda la desaparición de Charles Horman, activista político norteamericano ejecutado extrajudicialmente por el gobierno de Augusto Pinochet, en complicidad con su propia embajada; y la polémica Amén (2002), que desarrolla el tema del holocausto nazi y la ambigua reacción que tuvo la Iglesia católica a propósito de este desastre. Sin embargo, una de sus primeras películas será la que se considere su obra maestra: Z (1969).

Suspenso e incertidumbre

La cinta es una proclama contra el Gobierno militar griego de los años sesenta, culpado del asesinato del dirigente pacifista Grigoris Lambrakis (interpretado por Yves Montand). La película discurrirá en el contexto político de la Grecia de ese tiempo y, en especial, en el entramado delictivo desplegado por altas autoridades del ejército y la policía para acallar y ejecutar extrajudicialmente a los opositores.

Filme delicioso, en el que se combina con acierto el suspenso y la incertidumbre, con un refinado humor negro. Destacan las soberbias actuaciones de Jean-Louis Trintignant —como Christos Sartzetakis, el juez de instrucción que develará la conspiración a pesar de las amenazas que se cernían sobre su cabeza— y de Irene Papas —como la esposa de Lambrakis—.

Tiempos y ritmo

Más allá de la parcializada visión del mundo que la película pretende revelar (Costa-Gavras es un activo militante comunista), resultan francamente encomiables tanto el vigor y la consistencia que se advierten en cada una de sus obras como la pericia desplegada en ellas con el único objetivo de compartir con nosotros el dolor y la angustia que emanan de las causas por él defendidas.

Costa-Gavras posee un estupendo manejo de la técnica del thriller, administrando los tiempos y el ritmo, dosificando la intensidad de la trama hasta llevarnos a un verdadero paroxismo. Se hace fundamental revisar la obra del gran maestro griego del cine político, más allá de nuestras creencias o posiciones ideológicas.

 

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