El yaraví, canto al amor inalcanzable

Acuarela de Mauro Castillo Gamarra para el álbum Yaraví arequipeño.

Rafael Longhi Saravia

A Mario Vargas Llosa no parece faltarle razón cuando, en la presentación de cierto libro dedicado a difundir la riqueza cultural del valle del Colca, afirma que ese aire quejumbroso y triste característico del yaraví posiblemente obedece al hecho de que sus versos reflejan el sentir de aquellos desarraigados de su terruño por la fuerza, como consecuencia de los desplazamientos de comunidades enteras de un espacio geográfico a otro, a quienes se les conoció con el nombre de ‘mitimaes’.

Así lo creemos porque queda claro que el yaraví adquiere ese carácter romántico de sus versos fundamentalmente en virtud de un innegable y fuerte aporte hispano, dado que el hombre ancestral andino no concibe aquellos sentimientos de padecimiento amoroso como parte de su concepción de vida. Ello es definitivamente ajeno a su forma de entender el amor hacia la pareja.

Los orígenes

Este singular género proviene, posiblemente, de antiguos géneros ancestrales, siendo el más próximo el jarawi, del que ya los cronistas nos dan noticia refiriéndose a él como un particular canto que no necesariamente se relaciona con lo lastimero, sino que comprende una serie de manifestaciones —siempre cantadas, eso sí— de diversa naturaleza, pudiendo ser incluso a veces hasta festiva.

Parece ser que ya en el siglo XVIII toma las características que lo definen aproximadamente a lo que conocemos hoy de él, es decir un canto al amor, especialmente al amor negado e inalcanzable.

El aporte de Melgar

Es definitivamente con el poeta Mariano Melgar que el yaraví adopta las características que lo definen como un género que transita entre lo culto y lo popular; siendo uno de esos pocos casos, seguramente también uno de los primeros, en que ambos mundos se acercan en torno a una manifestación cultural.

Melgar es —y así lo evidencian sus versos— un joven muy de su tiempo, es decir fuertemente influenciado por el romanticismo, entusiasmado por ciertos ideales libertarios —bastante peregrinos por entonces, a decir verdad— y preso de una desbordada pasión sentimentalista matizada por algunos visos académicos, tal vez como resultado de una intensa vida académica —recordemos que fue un precoz erudito—.

El yaraví que hoy conocemos

Sin embargo, el tema del yaraví no se agota únicamente con el aporte de Melgar, pues su proceso de evolución continuaría de la mano de innumerables cultores anónimos que, siguiendo una larga tradición, fueron aportándole novedades tanto en su forma musical como poética.

De ese modo llegaría al siglo XX como una manifestación estrictamente musical que se canta a dos voces (primera y segunda), con un marcado aire quejumbroso —a lo mejor algo del cante jondo del sur de España subsiste en él— y con una estructura rítmica sumamente libre, pues se ejecuta prácticamente ad libitum.

Lamentablemente, su difusión en estos días es escasa dado que la mayoría de sus cultores ya son venerables ancianos, y cada vez es más extraño escucharlos en presentaciones públicas o medios de difusión masiva.

No obstante, es cierto también que algunos jóvenes cultores de la música en nuestro medio se encuentran bastante interesados en investigar sus orígenes y difundirlo nuevamente, por lo que creemos que en lo que respecta al futuro que le depara a este tan característico género de la música popular arequipeña nada está dicho. Desde aquí hacemos votos para que, tal como lo ha hecho durante tanto tiempo, encuentre la manera de seguir vivo entre nosotros.

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